En las últimas horas, Venezuela volvió a ocupar titulares en medios internacionales. El NYT comenta que ya hubo una llamada entre Trump y el Capo del Cartel de los soles hace ya una semana. También hay militares estadounidenses instalando radares en Trinidad y Tobago, y hubo un discurso de Maduro escondido en un búnker. Se suma a esto las declaraciones de Washington insinuando operaciones terrestres contra redes criminales dentro del territorio venezolano muy pronto. Sin duda, hay un flujo de información que es difícil de digerir en tiempo real.
Para muchos, todo esto parece anunciar un conflicto “inminente”. Pero lejos de lo evidente, una vista un poco mas aguzada puede notar una estrategia calculada de presión y control donde cada bando dice una cosa, hace otra, y juega para su propio público. Claro, no estamos en la búsqueda de descubrir el agua tibia. Esto es algo que es práctica habitual en cualquier movimiento político en cualquier parte del mundo.
La supuesta llamada entre Trump y Maduro, por ejemplo, no es un gesto de reconocimiento ni un acto de cordialidad, como intenta vender el oficialismo. Es simplemente la forma en la que dos adversarios se miden cuando sienten que la tensión puede escalar más rápido de lo que quieren. Este tipo de comunicación es habitual entre gobiernos que no se respetan, pero que necesitan evitar un error que los lleve demasiado lejos. Trump no llamó para abrazar a Maduro, y Maduro no atendió porque lo respetan. Ambos hablaron porque ninguno quiere que un mal cálculo militar termine convirtiéndose en un problema regional, sobre todo en el lado de Maduro, quien no tiene las cartas más ganadoras a la hora de un enfrentamiento real.
La presencia de personal estadounidense en Trinidad y Tobago, instalando o modernizando radares, tampoco es signo de una operación militar contra Venezuela, aunque el régimen haya corrido a decirlo. Es parte de una estrategia más amplia para cerrar las rutas del narcotráfico en el Caribe, rutas que, guste o no, pasan por aguas venezolanas. Esto no es propaganda: es información pública que los gobiernos del Caribe manejan desde hace años. Si Caracas siente que esa vigilancia la apunta directamente, es porque sabe perfectamente que los corredores marítimos se le fueron de las manos ya. Las embarcaciones bombardeadas abiertamente por EEUU lo demuestran, y la actitud tomada al respecto por el Cartel de los Soles al no provocar ni el más mínimo movimiento que EEUU pudiese identificar como resistencia o amenaza ha sido escandalosa. El Cartel, que es brillante frente a las cámaras y se jacta de ser amenazante, valiente e incluso agresivo contra EEUU, en la práctica, se ha cuidado de no mover ni una pluma que pudiese molestar a la movilización naval que los rodea.
Otro elemento ruidoso fue el reciente discurso de Maduro desde un búnker. Ese tipo de mensajes NUNCA es señal de fortaleza. Cuando un supuesto líder se muestra escondido, es porque no puede manejar bien la sensación de peligro.
Del otro lado, las declaraciones estadounidenses sobre “el pronto comienzo de operaciones terrestres” tienen un propósito muy distinto al que interpreta el venezolano común. En Estados Unidos, esa frase no significa “vamos a invadir Venezuela”, sino “no nos limitaremos si tenemos oportunidad clara de golpear a redes criminales específicas”.
Muchos se preguntan si la reciente designación del “Cartel de los Soles” como organización terrorista (y de Maduro como su líder) abre la puerta para una operación militar estadounidense de mayor alcance. La respuesta es más compleja de lo que algunos quieren admitir, porque lo que realmente hace esta designación es mover a Maduro y a su cúpula fuera del terreno político y colocarlos dentro del marco criminal. Eso significa que cualquier acción futura de Estados Unidos no tendría que justificarse como un ataque a un Estado soberano, sino como una operación puntual contra individuos acusados de terrorismo y narcotráfico, pero esto no implica que Estados Unidos esté preparando una invasión. Las leyes, la opinión pública y los costos estratégicos siguen siendo los mismos. Lo que sí cambia es el tipo de herramientas legales y operacionales disponibles. El mensaje es claro: ya EEUU no está viendo a Maduro como el presidente de un país, sino como la cabeza de una organización criminal, y eso, para efectos prácticos, abre un nuevo escenario de acciones en las que no hay necesidad de mover tropas tradicionales a territorio venezolano. EEUU tiene la capacidad de atacar efectivamente CUALQUIER BLANCO en territorio venezolano desde hasta 2 mil kilometros de distancia. No hace falta que un soldado pise siquiera la arena de una playa venezolana para aniquilar blancos marcados.
Washington fortalece su presencia en el Caribe y eleva el costo para los grupos que operan bajo el paraguas del cartel. Los capos en Caracas, sintiendo que el cerco se cierra, suben el volumen de su discurso antiimperialista y muestra imágenes de preparación militar que en realidad revelan preocupación, no valentía. Padrino López juega a ser un líder patriota dispuesto a pelear, pero en realidad habla siempre de “un pueblo dispuesto a morir por la patria”, nunca de él mismo dispuesto a morir por su capo. Cobarde siempre.
Lo que debería quedarle claro al venezolano es que no hay invasión en el horizonte. No hace falta tal cosa. Pero no esperemos ninguna liberación milagrosa, ni tropas esperando en la costa (al menos no todavía). Lo que sí hay es la certeza de que Estados Unidos está dispuesto a actuar en el mar y muy pronto, en tierra firme, mientras el régimen narco terrorista de Maduro aprovechará cualquier movimiento para alimentar el miedo, justificar sus fracasos y reforzar el control interno con la intención de tapar su miedo.
Por eso es esencial mirar más allá del ruido, sin miedo y sin fantasías: Venezuela no está a punto de ser invadida, pero sí está bajo un escrutinio internacional que está poniendo al Cartel en jaque y que este ya no sabe como maquillar el miedo, por lo que solo puede ofrecer discursos desde un búnker.
Jose Calabres

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