sábado, 23 de septiembre de 2023

EL VIOLIN. PARTE 1


Cuando tenía unos 6 años de edad, me sentí profundamente atraído por la música.


Recuerdo que en casa teníamos uno de esos equipos de sonido que venían por partes: Un bloque era el sintonizador de radio, otro era el reproductor de casetes, otro era una suerte de ecualizador amplificador y, finalmente, sobre todo aquello, un aparato giratorio que reproducía los discos de vinilo.


También había una amplia colección de discos. En esa colección había gran variedad de música. Se encontraban títulos que iban desde el famoso "Abraxas" de Santana, hasta "Viaje al centro de la Tierra" de Rick Wakeman, pasando por "Sargent Pepper Lonely Heart Club Band" de los Beatles y muchísimos otros.


Entre aquel universo de discos, había algunos de música clásica que no pasaron desapercibidos para mí. Recuerdo uno en particular que me gustaba mucho: "Classical Pop" (o algo así). Se trataba de música clásica modificada con baterías y ritmos pop. Ahí escuché por vez primera la serenata nocturna de Mozart y quedé prendado. Fue ese disco el que me mostró que existían Mozart, Beethoven y muchos otros compositores maravillosos. 


Yo era muy joven, pero podía pasar días enteros solo escuchando música. Poco tiempo después, mis padres, al notar mi gusto por lo clásico, comenzaron a llevarme a ver los conciertos de la orquesta sinfónica y mis ojos se encontraron por vez primera con la maravilla de los instrumentos que regalaban los sonidos que había encontrado en aquellos discos. Supe de inmediato que quería hacer eso también. Quería ser violinista, pero aún era un niño y no se me tomó muy en serio al comienzo, como suele suceder. 


Mis padres decidieron comprar un nuevo equipo de sonido. Ahora, existía algo nuevo que llamaban CD, y que ofrecía una fidelidad de sonido nunca antes experimentada. Con ese nuevo reproductor compacto podría escuchar música mucho mejor. También tenía reproductor de vinilos, por lo que no perdería los antiguos discos que tanto me gustaban. 


Los CD eran tan nuevos que aún no se encontraban en las tiendas de mi pueblo, pero encontramos nuevos vinilos maravillosos. Con los aquellos vinilos conocí a Nana Mouskouri, una cantante griega que interpretaba algunas partes del "Nabuco" de Verdi de una manera majestuosa y también se paseaba maravillosamente por los caminos de la música popular en español. Entonces me di cuenta de que la música era un mundo muy amplio.


A raíz de un viaje que mi santa madre hizo a Miami, se me preguntó qué quería de regalo. Yo tendría ya unos 7 años de edad. Mi deseo era tener un CD del "Requiem" de Mozart. Me había enterado de la vida de Mozart por medio de un pequeño libro a modo de caricatura que contaba las peripecias del genio y su terrible final. Mis padres, artistas al fin, me habían regalado varios libros de historia de la música. 


La historia de Mozart me había tocado el alma profundamente, y ahora no podía dejar de pensar en su Requiem. Necesitaba escucharlo. Pocas semanas más tarde, mi madre llegaba de Miami a casa con el regalo prometido.


Aquel CD tenía una particularidad extraordinaria que la divina providencia había preparado para mí. De todos los posibles CD de la obra que le pedí a mi madre, ella escogió por azar una edición que tenía un pequeño librito dentro en donde aparecían las letras de cada movimiento, así que yo podía leer y entender lo que escuchaba cantar a aquella imponente coral y cantantes que homenajeaban a Mozart. Las letras eran, como ahora entiendo era de esperarse, en latín, y aunque no entendía ni una palabra, me maravilló que podía cantar lo que escuchaba sin mucho problema, así que empecé a reproducir aquel disco sin parar cada día por largas horas, y a medida que leía las letras las fui memorizando como cualquier canción. Como parte de aquel regalo, mi madre también trajo dos colecciones más de 10 CD cada una: “Grandes Maestros” y “Grandes Sinfonías”. 


Llegado a este punto, yo solo escuchaba música clásica. No me interesaba otro tipo de música. Encontraba en los grandes maestros un universo tan variado que me perdía explorando las diferencias entre el barroco y el clásico, o entre el romanticismo y los cantos gregorianos… entonces llegó el día en el que insistí en querer ser violinista una vez más. Esta vez fui tomado en serio. 


A los 8 años de edad, mis padres me llevaron a la escuela de música de mi pueblo (una de las mejores escuelas de Venezuela, si me preguntan) para realizar la audición reglamentaria para ser admitido.


Estaba muy nervioso porque no sabía qué iba a suceder. La escuela era una suerte de templo sagrado. Músicos en todos los pasillos con sus instrumentos, estudiando, pero al mismo tiempo todo transcurría de una manera solemne, respetuosa, virtuosa. Era como entrar a un mundo diferente donde se buscaba siempre la excelencia y nada más. Aunque me sentí abrumado al comienzo, entendí que ahí era donde quería estar.


Me llamaron a un salón. Entré solo. Dentro, tres profesores me esperaban. Cilino Martínez, profesor de teoría y solfeo. Español. Uno de los más grandes y apasionados profesores que jamás he encontrado en mi vida. Un rumano. Dan Romascanu, quien sería mi maestro de violín. Un maestro del instrumento en su totalidad, de carácter fuerte, pero uno de los mejores violinistas del país sin duda. Finalmente, un rostro sereno pero serio e inquisidor de otro gran maestro violinista y director de la escuela, Prof. Jorge Carrillo, venezolano con estudios de música en Italia y director de la orquesta sinfónica a la que yo admiraba tanto. 


Los tres maestros estaban sentados frente a mí en silencio. Comenzaron a hacerme una serie de preguntas, a las cuales contesté de la manera más sincera posible. 


Me preguntaron por qué me gustaba la música, qué instrumento me gustaría tocar y cosas por el estilo. Fue entonces cuando llegó el momento de probar mi oído musical.


El profesor Cilino, ahora frente a un piano vertical, me pidió que imitando el tono de la nota que él tocaba al piano con mi voz. Creo que lo hice bien. Mi memoria no es tan buena ya como para recordar el detalle. 


Había pasado la prueba de oído. Entonces me pidieron que cantara una canción, y fue en ese instante cuando me sentí desolado.


No sé si por nervios o por algo más, no recordé ninguna. Tampoco sabía muchas canciones a decir verdad, y entonces dije con preocupación a los maestros que no podía hacer lo que me pedían. Ellos se miraron entre sí, extrañados y al mismo tiempo divertidos. ¿Cómo no podría yo conocer ninguna canción? - Pues no sé ninguna - respondí firme. - ¿Los pollitos? - me preguntó uno de los maestros, y yo sintiendo que aquello era casi humillante respondí sin dudar - No sé cuál es esa-. Me parecía que aquella canción de cuna era indigna de una audición para una escuela de música y me negué a caer tan bajo. Pero sabiendo que no podría salir de aquella situación sin cantar decidí tomar el control y entonces expresé -Sé cantar el Requiem de Mozart-.


No hace falta decir que llegada esta parte de la historia no me extraña si usted, querido lector, decide no creerme. No le juzgo. La verdad es que esto suena un poco extraordinario y fuera de la realidad, pero puedo jurarle que cada palabra de esto es cierto.


Los maestros se miraron extrañados entre sí y tras la graciosa propuesta que había hecho me regresaron la mirada entre divertidos y curiosos - ¿El Requiem de Mozart?…- preguntaron. -Sí. "Tuba Mirum"- respondí seguro. - Ok. Escuchemos-. Comencé entonces a cantar en latín aquel quinto movimiento del Requiem que tanto me gustaba. Aunque no sabía lo que significaba ninguna frase de lo que cantaba, mi latín era exacto.


Mis futuros maestros se sorprendieron en parte al verme hacer aquello, y supongo que además deben haber trabajado mucho en contener sus risas ante tamaña osadía de mi parte. Yo trataba de imitar las voces en su totalidad: Bajo, Tenor, Contralto y Soprano tal y como los escuchaba en mi disco. Por supuesto, mis maestros aprobaron mi audición y me pidieron que dejara de cantar después de unos 30 segundos de haber comenzado. Y así, entré a la escuela de música donde pasaría gran parte de mi vida.


Mis padres me compraron un violín de principiante para comenzar. No pasaría mucho tiempo después de eso hasta que mi maestro asomara la idea a mis padres de que yo tenía un talento especial para la música.


Cada vez que me preguntaban qué quería hacer, mi respuesta era la misma siempre, año tras año: Quiero ser violinista. 


Poco mas de un año después de haber comenzado mis clases, me enteré que algunos de mis compañeros de clase asistían “al ensayo”. No entendía que era aquello, pero la curiosidad me mataba. 


Un día, por fin supe que “el ensayo” se refería al ensayo de la orquesta. Supe entonces que existía una orquesta y de inmediato quise ser parte de la misma!. A la siguiente clase, le pregunté a mi Maestro que debía hacer para entrar en la orquesta, y el me dijo que solo debía hablar con el director. Al finalizar la clase fui directamente a la oficina del director y solicité entrar a la orquesta sinfónica Juvenil.


Para mi sorpresa, el director me miró y me dijo que yo aún era muy joven para esa orquesta y que debía empezar por la orquesta infantil. Aquello no me gustó mucho, a decir verdad, pero lo acepté… y así fue como un día comencé a ensayar en aquella orquesta infantil como el último violín de la fila de segundos violines… me sentía emocionado por finalmente formar parte de la orquesta, pero me sentía un poco frustrado por ser el último violín.


Quizo Dios darme un poco de talento en algo, y mis Maestros notaron que mi destreza con el instrumento crecía día tras día. En pocos meses sería promovido al puesto de primer violin de los segundos, y tan solo semanas despues a la fila de primeros violines. Al finalizar ese año, era yo el concertino de la orquesta. El primer violin de la orquesta infantil. Tenía unos 9 o 10 años cumplidos. 


A los 11 años fui promovido a la orquesta juvenil, al último puesto de los segundos violines, pero esta vez en la “orquesta de los grandes”, como la llamaba yo, pues estaban en ella los alumnos mas avanzados de la escuela de musica y mucho mayores que yo. Me sentía ahora un poco nervioso entre ellos y para no quedar por debajo de ellos comencé a estudiar con mas dedicación. 


La Divina Providencia a veces tiene un humor extraño. Fui promovido a concertino en aquella orquesta menos de un año después de haber entrado. Ahora yo era el concertino de una orquesta donde habían violinistas mas viejos que yo… 


Cuando llegué a los 12 o 13 años, ya había completado 4 años de estudio de violín, 4 años de teoría y Solfeo, comenzaba mis estudios de historia de la musica y piano complementario al tiempo que ya había tocado varias veces con la orquesta sinfonica del estado… la de los Maestros! No ya la juvenil o infantil, sino la de verdad! Ahora, el violín de principiante no podía ofrecerme nada mas y era hora de tener un nuevo violín. Uno de verdad. 


Mis padres buscaron sin cansarse hasta que consiguieron el violín perfecto: un violín hecho a mano en 1903 en Bélgica, perteneciente al concertino de una de las orquestas sinfónicas más importantes del país… su cara de frente era de una madera muy fina. Su tapa trasera de una sola pieza. Clavijas, tira cuerdas y brazo de ébano. Ligero como una pluma pero sonoro como un cuerno de cacería. Su mástil, fino y delicado, con el barniz desgastado por más de un siglo de pisadas de Maestros violinistas sobre aquellas finas cuerdas de tripa Pirastro que vibraban tan escandalosamente… Aquel violín había pasado por muchos países y situaciones para llegar desde el taller de un luthier belga de 1903 hasta mis manos… pero había un problema. El precio de aquella pieza de arte era practicamente inalcanzable para mis padres. 


Ante aquella situación solo se me preguntó una vez mas: -Que quieres ser? - Quiero ser violinista- respondí, y ese era el violín que debía tener un violinista de verdad… mis padres movieron hasta las mas grandes montañas del horizonte, y una noche, mi Maestro llegó a casa con un estuche de violín muy antiguo. 


Esa noche era para celebrar. Hablaron mis padres de todo. Mi Maestro reía y tomaba vino. Todo era una velada maravillosa entre amigos supuse, hasta que mi Maestro me pidió que me acercara y entonces muy seriamente me miró. Todos callaron en ese instante. Alargó su brazo y alcanzó el antiguo estuche. Ceremoniosamente y sin decir nada, lo abrió. Y allí estaba. El violín mas hermoso que había visto… tensó el arco, afinó sus cuerdas y comenzó a tocar un capricho de Paganini. 


La casa entera se llenó con la voz gloriosa de aquel instrumento que sonaba tan diferente a mi violín chino de principiante! Era maravilloso! Y aquel Maestro tocaba tan hermosamente! Estaba completamente hipnotizado con aquel concierto que me pareció congelar el tiempo! Cuando el Maestro paró, estaba tan estupefacto que no pude decir ni una palabra. -Ahora, este es tu violín José- me dijo cuando lo puso frente a él para entregarmelo… pero yo no podía tocar aquel divino artilugio! Me daba verguenza! No era digno de tal cosa! Así que sin decir nada solo sonreí nerviosamente y me fuí a mi cuarto a esconder mi avergonzado llanto… pero esa es otra historia…

sábado, 20 de agosto de 2022

EL ARBOL




Hay momentos en los que la vida nos quiere dar una suerte de reporte. Una lista de cosas que han pasado como si se tratase de un chequeo rápido. Para muchos, ese momento suele suceder en medio de un acontecimiento impactante, como la muerte de alguien querido, tras un diagnóstico médico desfavorable, o en ese medio segundo antes de inevitablemente estrellarse contra un parabrisas en un accidente de auto. Es curioso que nos pase la película de nuestra vida siempre en momentos traumáticos si vale llamarlos de alguna manera. Al menos eso pensaba Antonio aquel dia cuando caía de un árbol a unos 10 metros de altura cuando la cuerda que lo sujetaba se rompió y le dejó a merced del vacío que se encontraba bajo sus pies.

 

Cuando la cuerda se rompió Antonio supo que aquello iba a ser definitivo. No había nada que hacer, y aun asi, su instinto de supervivencia le llevó a estirar los brazos hacia la nada, buscando vanamente asirse de cualquier cosa. 


Aunque hay varias teorías físicas hoy en dia, la mayoría de la gente conviene, para no importunar, que existe la fuerza de gravedad, y que su velocidad de atracción hacia la tierra es de unos 9.8 metros por segundo. Antonio caia de 10 metros, lo cual implica que su caída duró apenas unas milésimas más de un segundo. Sin embargo, desde el momento en el que la cuerda se rompió, el tiempo simplemente se detuvo. Pudieron ser miles de segundos, incluso meses lo que duraba esa caída. Einstein decía que el tiempo es relativo al observador, y definitivamente en este caso eso aplicaba. En ese momento de suspensión en el aire, Antonio tuvo tiempo para darse cuenta que la cuerda se había roto por su propia imprudencia. Hizo volver el tiempo como en una película hasta el momento en el que soltó su cuerda de seguridad y se dispuso a bajar solo con la cuerda de ascenso aun sabiendo que era la menos resistente y que está apenas sostendría su peso. Se arrepintió por aquella decisión y supo que pagaría el precio por su descuido indolente. 


Tuvo tiempo para ver todo a su alrededor. Analizó la distancia a la que estaba el árbol de su cuerpo en caída libre. Demasiado lejos para alcanzarlo. Apenas unos centímetros más cerca hubiesen servido para evitar la caída, pero no era eso lo que tenía planeada la providencia. Pudo incluso mirar hacia atrás para ver qué tan lejos estaba del suelo y tratar de planificar alguna manera de caer que no fuera tan abrupta, pero la cosa con las caídas libres es que realmente no se escoge como caer.

 

Como en un video de musica techno, Antonio pudo ver como el árbol se alejaba de él en una suerte de estiramiento, como si pasara por un cono de luz. Ahi, su vida pasó frente a sus ojos. No podía creer que tras tantas cosas vencidas, aquel fuese el final del viaje. Antonio sabía que llegado este momento, el viaje de la vida estaba llegando al fin.

 

Es curioso que es en este tipo de momentos cuando nos da por evaluar lo que realmente es importante. Antonio se dio cuenta que lo importante no era nada de lo que le rodeaba. Pero no se sorprendió. Esta no era la primera vez que Antonio enfrentaba ese filo entre lo que pensamos que es el último momento y la oscuridad. Esta era al menos la tercera vez que transitaba este preámbulo, aunque ciertamente esta era la más intensa de todas. Todas las veces su conclusión había sido la misma: lo importante no es lo que nos rodea, sino lo que vendrá. Le parecía que lo importante era el futuro. Lo importante era saber que su hija estaría a salvo y feliz, incluso sin él, aunque nada le podría hacer más feliz que verla crecer, al menos un poco más. Lo importante era saber que los suyos estarían bien. De muchas maneras se sentía responsable de que ese futuro llegara para poder irse en paz. Quizá ese era su destino, su razón de existir. Es muy extraña la vida sin un motivo para ser. Quizá estaba equivocado y no era responsable de nada de eso, pero ¿cómo podía simplemente dejar de sentirlo?

 

Antonio había sufrido de ansiedad desde siempre, aunque no lo supo hasta bien entrado en los cuarenta y tantos. Se preocupaba por lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo que pasaría. Eso le sucedía en todo momento. Calculaba todo pensando en el peor de los resultados siempre para ir un paso adelante y saber cómo resolver cualquier problema que pudiese suceder antes de que sucediera. Esa manera de pensar respecto a todo le hacía vivir en una tripartita temporal simultánea que agotaba su psique de manera constante. Ya había tenido varios episodios de colapso anteriormente. Ataques de panico, le llamaban. Episodios terribles de colapso nervioso que le recordaban lo frágil de la vida y lo fácil que sería simplemente dejar de existir. Le atormentaba tener que dejar de existir de pronto, y sin embargo, ahi estaba, cayendo en el vacío hacia el duro suelo, de espaldas e incapaz de hacer nada al respecto. Que absurdo había sido que de todos los futuros que predecía, no hubiera visto este. O quizá sí lo había visto y simplemente tentó a la providencia jugando a que esta posibilidad no sucedería. Pero de todas las posibilidades, esta fue la que sucedió.

 

Antonio fue músico. Había tocado el violin por casi dos décadas y se había destacado un poco en el campo orquestal. Había sido locutor de radio a los veinte años de edad, había trabajado en televisión por más de 12 años y había alcanzado cierto éxito en el medio. Había hecho teatro, ceramica, cantaba, tocaba la guitarra, hablaba dos idiomas, había escrito un libro y estaba en cierto nivel orgulloso de haber logrado algunas cosas en la vida, aunque siempre se reprendió a sí mismo por estar orgulloso de cualquier cosa. Sentía que estar orgulloso era ser soberbio.


Su lucha interna nunca cesaba. Se sentía merecedor de algunas cosas, y al mismo tiempo se reprendía por pensar así, sabiendo que el mundo no se movía por merecimientos sino por esfuerzo y sacrificios. Aun así, de vez en cuando cuando el ruido de la ansiedad le dejaba en paz por algunos segundos, y entonces se dejaba llevar por el sueño de que quizá la vida nos premiaba de vez en cuando por ser buenos, por ser trabajadores, por nuestros esfuerzos, como si hubiese una suerte de supervisor invisible que nos premia por nuestra forma de ser o pensar. Era un absurdo, lo sabía, pero llegó incluso en unos algunos de aquellos breves descansos de un segundo en su mente a hablar con ese universo invisible que podría regentar o no el destino de todos a pedirle perdón por su soberbia y a agradecer lo que tenía, como si fuese un regalo de un Dios invisible que nos juzgara constantemente. Casi podría decir que Antonio tuvo momentos en los que rezó a este Dios. Siempre se podia estar peor, y a pesar de las dificultades, había logrado superar todo para llegar al hoy. A veces, ese agradecimiento le traía paz, al menos por un momento. A veces se permitía incluso sonreír. Hacía tiempo que no sonreía.

 

Estaba casado con una mujer hermosa y maravillosa que le apoyaba en todo lo que se le ocurriera, incluso si era una locura a los ojos de muchos. Junto a ella había superado más de dos decadas de vida, en la que habían tantas historias que contar que ya ni él mismo podía recordarlas todas. No habría cambiado su destino junto a ella jamás. Si la vida le había premiado con algo, era con ella justamente. En dos decadas juntos, no había pasado un solo día en el que no se declararan amor. Y aunque en ese tiempo habían tenido sus momentos grises, no hubo jamás una noche en la que Antonio prefiriera no dormir a su lado. La seguía mirando como cuando la conoció. A veces le sorprendía que fuese así. Dos decadas despues, aún seguía enamorado perdidamente de ella.

 

Pero no era su esposa la única mujer de su vida. Había un pilar fundamental más allá de toda cosa existente y que le movía a seguir adelante aunque ya sus pasos perdieran el impulso por el cansancio del camino: su hija. En ella pensaba siempre. Imaginaba que sería la mujer mas feliz del mundo, porque a sus ojos no merecía menos. Haría lo que fuese necesario para que su hija fuese siempre felíz. Lo que fuera.

 

Antonio no era supersticioso, ni religioso, pero si alguna vez pidió algo a un ser superior fue siempre que los suyos fuesen felices y se mantuviesen a salvo de preocupaciones y dolor. Estaba dispuesto a intercambiar su alma en una eternidad en el infierno a cambio de la paz para los suyos. Se dio cuenta que quizá había llegado el momento de hacer ese intercambio si era posible. El momento había llegado. No temía a la muerte en sí. Temía a la vida que le podría esperar a los suyos sin él a su lado para escudarlos de los golpes que la divina providencia disfruta darle a los vivos por simple ley. Había quienes decían que cada golpe nos enseña algo. Otros dicen que cada golpe nos prepara para ser más fuertes. Antonio no coincidía con ninguno, y pensaba que simplemente la vida sucede sin razón en particular y que cada golpe es simplemente eso. Un golpe sin razón ni motivo. Pensar que los suyos tendrían que enfrentar esos golpes sin él para amortiguarlos le resultaba la peor de las torturas. No podía irse así nada más! y sin embargo, ahí estaba, a una fracción de segundo de partir a quien sabe donde, si es que había a donde ir después de este plano.

 

El cono del árbol alargándose de pronto se detuvo. Al hacerlo, un implacable silencio se hizo con el mundo que le rodeaba. No había ni un simple sonido. Los colores se avivaron hasta casi hacerse fluorescentes por un momento, y lo que había sido un cono alargándose, de pronto se expandió como sobre un plato. La imagen de pronto volvió a contraerse hasta volver a la normalidad. Como si viese al mundo reflejado en una gota que cae y luego se une a la masa de líquido más grande sobre la cual aparece de nuevo el reflejo sin distorsión. 


Pasaría una fracción minúscula de segundo desde el momento del abrupto aterrizaje de Antonio sobre la dura superficie del suelo hasta que volvió todo a la normalidad. 


Antonio no cerró los ojos nunca. Se limitó a respirar y a mirar el árbol, ahora inmenso a sus ojos. Se percató que milagrosamente, tras varios segundos, podía respirar. No intentó hacer nada más que estar vivo. Respiraba. Miraba la escalera de 10 metros sobre él y por la que sabía la altura de la que había caído. Era inmensa. Miraba la cuerda rota oscilando de un lado a otro sobre su cuerpo en el suelo. Se veia tan lejana. Movió entonces un pie, y jugó a mover los dedos dentro de aquellas pesadas botas de trabajo. Los sintió. Antonio recordó que esto significaba que no había tenido daño medular. Respirar y poder moverse le tranquilizó, y de alguna manera supo que aquello había sido simplemente un milagro. 


Pensó que el golpe no había pasado de ser un golpe y agradeció la oportunidad de poder seguir en este plano para volver a dormir junto a su esposa y seguir abrazando a su hija... pero cuando intentó incorporarse, un dolor que jamás había sentido ni imaginado le abrazó de manera inmediata. Aquella caída no habría de pasar desapercibida en su historia. El disco lumbar 3 de su columna, o vértebra L3 se había partido en tres aunque él no lo sabía aún.

 

Pasaría un rato antes de que llegara la ayuda a donde estaba. Para entonces, Antonio había reptado como podía hasta varios metros más allá de donde había caído buscando inútilmente ponerse de pie asiendose de una cerca perimetral.


Buscó de varias maneras una posición donde el creciente dolor se apaciguara, aunque no encontró ninguna. Para cuando su esposa lo fue a recoger de aquella penosa situacion, Antonio intentaba disimular su dolor con breves chistes e incluso burlándose de sí mismo y su caída, que aseguraba no había sucedido para no preocupar a su esposa, a la que había jurado que solo era víctima de un repentino lumbago. Le había llamado por teléfono para pedir ayuda. por suerte, en el bolsillo de su pantalón aún estaba el teléfono celular.

 

Tras una hora en el suelo, esperanzado en que unos minutos de descanso tras el trauma del golpe le ayudarían a recuperarse se dio cuenta que no había más opción que ir al hospital. Con la ayuda de su esposa y la cerca, contra todo pronóstico, Antonio se puso en pie, pálido por un dolor inenarrable en su espalda, pero con la inamovible decisión de llegar a su vehículo, y caminó. 


Tras los primeros pasos se dio cuenta que uno de sus pies estaba absolutamente desalineado respecto al otro y que apenas podía levantar una pierna. Aun asi, avanzó hasta cruzar los treinta o cuarenta metros que lo separaban de su vehículo. Se dio cuenta que manejar sería imposible, y entonces aceptó entrar en otro vehículo para ser trasladado. Pidió ser llevado a casa. Tuvo que acostarse boca abajo en el asiento trasero. No podia moverse, y aun así, insistia en ir a casa.

 

En su ansiedad y miedo por lo ocurrido, Antonio esperaba que aquello fuera sólo una advertencia del regente invisible del universo para recordarle que podría arrebatarle la existencia en un chasquido si quisiera. Agradecía a ese regente invisible, si existía, que le hubiese dado otra oportunidad para redimir sus pecados. Pero aquello era más que una advertencia. Necesitaba un hospital.

 

Después de varios traslados, exámenes e imposibles movimientos que alcanzaron los picos de dolor más altos que jamás había conocido, Antonio finalmente se encontraba en una habitación de hospital, inmóvil como jamás había estado y ahora sí, sabiendo que su columna estaba partida. Imaginaba que aquello le dejaría inevitablemente inútil para siempre. Uno de sus terrores de vida era justamente una fractura de columna. 


Su ansiedad crecía cada vez más, pues todo el mundo a su alrededor no dejaba de sorprenderse al conocer de su caída y aseguraban que simplemente sobrevivir había sido un milagro. Tuvo que repetir innumerables veces aquella caída a todo el que le rodeaba. Revivió el momento miles de veces por hora. No es grato pensar en lo cerca que se estuvo de la muerte.

 

Los médicos le dijeron que en pocos días sería sometido a cirugía, y que un robot se encargaría de colocar de manera ultra precisa los 12 tornillos correspondientes a las 2 placas guías que reconstruirían su vértebra L3 sin tocar el túnel de nervios que peligrosamente se encontraba cerca y que de tocarlo podría dejarle inválido de por vida. ¿No es acaso gracioso, en un mal sentido, la manera en la que los médicos dan noticias a sus pacientes?


Sabiendo ahora todo esto, Antonio no podía dejar de pensar en los suyos. Su padre, lejos, se suponía que llegaría en unos días. Habían estado años separados, y ahora  esperaba que este fuese un reencuentro feliz. Pero para su desdicha ahora lo encontraría inválido en una cama. Inútil, debil, triste. 


Su hija no podía visitarlo. Una infame pandemia mundial impedía que le dejaran ingresar a verle por ser menor de edad. Tampoco Antonio deseaba que su hija le viese en aquel estado deplorable. Se avergonzaba de haber sido tan estúpido y haber puesto en riesgo su vida cuyo único motivo de existencia era ser el gladiador que la protegería ante todo. Y ahora estaba ahí, en una cama, sin poder moverse ni un centímetro. ¿Cómo podría entonces defenderla del mundo?. ¿Que pasaría ahora? Todo este desastre era su culpa. Su madre, se inmolaba en una silla junto a él cuidandole en todo momento. No quería dejarlo solo, y Antonio se sentía culpable de su dolor, de su angustia y de su cansancio. Su hermana, sin dudarlo, se hizo con todo el control de lo necesario para que la vida mundana y las responsabilidades de Antonio siguieran lo más normal posible. Ella se encargaría de pagar cuentas y llevar adelante la casa mientras fuese necesario. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Maldijo mil veces aquella cuerda y su absurda decisión de usarla. Se maldijo a sí mismo por su falta de sentido común. Soberbia. Eso era lo que siempre le castigaba. Había pensado que de todo lo que podría pasar al soltar las cuerdas, una cuerda rota no le tocaría a él, el arborista sin experiencia. Así de soberbio había sido. Pecado capital. Ahora se convertiría en un peso para los suyos. 

 

Pero esas ideas de autocastigo también colapsaron frente a pensamientos de agradecimiento con el regente invisible, cuya inagotable bondad y paciencia le habían regalado la oportunidad de aún seguir vivo para seguir. O quizá aquello era su castigo: seguir vivo e inútil para ver cómo todo se derrumbaba frente a sus ojos sin poder hacer nada.

 

Un mar de gente le hizo saber que era querido. No sabía que había tenido tanto impacto positivo en tanta gente hasta ese momento. Aquello le conmovióo enormemente, porque no se sentía merecedor de aquel amor que recibía. Antonio nunca se sentía merecedor de las cosas buenas. Por alguna razón, siempre sintió que lo malo y el castigo era en cierta forma lo que merecía, y que la manera de limpiar su alma, si aquello era posible, era justamente por medio del martirio. Merecía lo que le sucedía, pero solo si era algo malo, y si sucedía algo bueno, no era por que lo mereciera, sino porque lo merecían quienes le rodeaban, por lo que él solo era un aprovechador de las circunstancias. 


Antonio no sabía cuales eran los pecados que había cometido para merecer el martirio, pero de alguna manera estaba seguro de que lo merecía.

 

Eso es lo que sucede con la depresión y la ansiedad. No se puede cambiar. Quien la sufre simplemente «siente» todo esto, y aunque trate de cambiarlo por conciencia, por pensamiento, por razón, simplemente no puede. Es como tratar de respirar debajo del agua. Por mucho que lo intentes y trates de hacerlo de la manera más tranquila posible y razonandolo de la mejor manera, simplemente al tratar de hacerlo el agua entra en tus pulmones e inevitablemente te ahoga.

 

Antonio sufría de esto sin saberlo por años. Ahora sabía que lo sufría e intentaba manejarlo. A veces lo lograba y otras no. Eran más las veces que no lo lograba a decir verdad. Y ahora esto.

 

Hacía bromas mientras estaba en cama. Las horas se hacían imposiblemente largas. Esperaba la cirugía para simplemente irse a casa. Ver a su hija era lo que más quería. Abrazarla y decirle que todo iba a estar bien. Le angustiaba pensarla triste, o preocupada. El mundo debía ser perfecto para ella. Para eso estaba Antonio, su guerrero, su Atlas... no dejaba de imaginar maneras de funcionar siendo inválido.

 

Cuando llegó el día de la cirugía, Antonio vio como le colocaban un líquido en una de las vías de su brazo izquierdo. Era parte de la anestesia. Iba a preguntar cuánto tardaría en hacer efecto, pero no tuvo tiempo. Fue un parpadeo. Al abrir los ojos de nuevo, ya estaba en el cuarto de regreso. 12 tornillos y dos placas de acero ahora unían cinco de sus vértebras y la L3 fracturada había sido reconstruida. Volvería a caminar. 


Al siguiente dia de la cirugía caminó, aunque en medio de un dolor casi indescriptible. Un dolor mucho mayor a cualquier otro dolor que hubiese experimentado antes. Mayor incluso incluso al que sintió cuando caminó desde el suelo hasta el vehículo que lo trajo al hospital aquel terrible día. Mucho mayor era este nuevo dolor. El cirujano había ordenado que se levantara y caminara de inmediato.

 

Debía levantarse de la cama por si solo. Sin ayuda. Luego debía ponerse de pie y dar varios pasos. Las terapistas solo le ayudarían sosteniéndolo con una correa al cinto para prevenir que cayera al suelo en caso de desmayo. Una fría caminadora clínica de aluminio le ayudaría a sostenerse, y entonces Antonio se dio cuenta que aquello iba mucho más allá de sus fuerzas, y desesperado por el dolor al intentar moverse un solo centímetro de la posición en la que estaba en la cama dijo con hilo de voz a las terapistas que simplemente no podía... Una de las terapistas, una hermosa joven de no más de veinte y tantos años se conmovió al ver el dolor de  Antonio y no pudo evitar mostrar unas lágrima asomarse a sus ojos. Pero la jefa de terapia, una mujer mucho mayor y con mucha más experiencia miró a Antonio de manera inmutable. Le dijo que no se irían hasta que se levantara, y que de no hacerlo, ella misma lo levantaría. La sola idea de tener que soportar el dolor causado por aquella enfermera moviéndolo sin compasión aterrorizó a Antonio más que cualquier cosa.

 

Se esperaba que como muchos otros pacientes, Antonio se desmayara al intentar levantarse. Por eso las correas de seguridad. Esperaban incluso que sus esfínteres no soportaran el dolor y lo expusieran de manera vergonzosa al intentar apenas dar un paso. Se esperaba que gritara a cada paso tratando de aplacar el dolor insoportable... pero Antonio sabía que el dolor era su castigo y su martirio muy bien ganado, como siempre... Era lo que el mundo le daba y era lo que merecía por alguna razón. Si había que enfrentar el dolor para limpiarse, lo haría sin darle el gusto de verlo vencido, y así, blanco en la tez por el indecible dolor, Antonio se levantó y dio los pasos que se le pidieron. Caminó hasta una silla, se sentó, permaneció en ella por una hora y luego se levantó una vez más para regresar a la cama. Lo hizo todo sin gritar, sin derramar una lágrima de dolor, sin desmayarse y sin perder el control de sus esfínteres, como todos esperaban. Sus brazos temblaban con cada paso tratando de sostener el peso de su cuerpo en la caminadora para aminorar el dolor de la espalda. Su piel palideció casi al blanco de una nube, y su cuerpo entero se cubrió de perlado sudor frio mientras su tensión sanguínea bajaba a cada segundo de el espantoso recorrido. Mirando a los ojos a su verdugo, Antonio hizo todo lo que se le pidió. Más tarde, la terapista confesaría que esperaba que no lo lograra. Esperaba que como todos, se desmayara.


Al día siguiente Antonio lo volvió a hacer, esta vez por más tiempo y caminando más que el anterior. Al día siguiente repitió la rutina, nuevamente con más distancia y más tiempo en la silla. El dolor no cedía, pero Antonio estaba decidido a hacer lo que fuera para salir de aquella habitación y mostrarle a su hija, a su esposa, a los suyos, que su guerrero aún podía luchar por ellos un poco más. Esa era su motivación. Y así llegó el día en el que le dieron de alta. Por fin.

 

Esa noche llegó a casa de su madre. No podía valerse por sí mismo, y su madre, como una santa, se dedicó a su cuidado como sólo una madre puede hacerlo. Su hermana había movido cielo y tierra para hacer que todo funcionara bien mientras Antonio seguía inválido. Le había conseguido una cama clínica y todos los accesorios médicos existentes para hacerle la vida más cómoda, si es que eso es posible. Aquello podría extenderse por meses.

 

El padre de Antonio venía en camino. Un camino peligroso para recorrer y al mismo tiempo esperanzador. Ya Antonio casi se había convencido de que él y su padre no se encontrarían de nuevo en esta vida, pero ahí estaba ahora, esperando su llegada inminente en cuestión de horas. Habían tenido que pasar tantas cosas para que pudiesen ver a la familia reunida una vez más... y entonces Antonio durmió esa noche esperando el nuevo día...

 

Cuando la luz del sol entró por la ventana y le despertó, Antonio se encontraba en una cuarto extraño. No reconocía el lugar. Le dolían los ojos por la luz y todo estaba borroso. Intentó mover sus piernas con cuidado para evitar el dolor y se dio cuenta, no sin sorpresa, que podía moverlas sin dolor alguno, aunque de manera muy torpe. Intentó reconocer algo de lo que le rodeaba y se sintió repentinamente muy acelerado. la ansiedad le abrazaba fuerte. La respiración se le aceleró y sus pupilas se dilataron al máximo con una explosión de adrenalina que le hizo saltar de la cama.

 

Se encontraba ahora de pie en un lugar extraño. Se miró las manos y no las reconoció. Sus brazos, no eran los suyos. Sin entender lo que sucedía intentó explorar el cuarto con la mirada, con cuidado, con la esperanza de entender lo que sucedía. Al dar unos pocos pasos, un ruido le exaltó. Un paral con suero unido a una vía en su brazo izquierdo se había caído cuando Antonio caminó en dirección contraria. Se dio entonces cuenta de que estaba en un cuarto de hospital y que estaba aún conectado a toda suerte de aparatos. En ese momento las fuerzas flaquearon y no pudo mantenerse más en pie. El disparo de adrenalina de hacía unos segundos atrás había pasado y ahora las fuerzas le abandonaban tan súbitamente como habían aparecido. De inmediato, aparecieron varias enfermeras exaltadas para levantarle. Unas llamaban a otras y estas otras llamaban médicos con un sentido de urgencia que confundía a Antonio. Entre varias, levantaron su cuerpo y lo acostaron de nuevo en la cama. Fue en ese momento que Antonio se percató de lo delgado de sus extremidades. Su cuerpo no pesaba más que unas docenas de kilos. ¿Que estaba sucediendo? trató de preguntarle algo a una de las mujeres que le rodeaban, pero al tratar de hablar se dio cuenta que apenas podía hacerlo y que al tratar, lo invadía un fuerte dolor en la garganta. Era como si sus cuerdas vocales no respondieran en lo más mínimo. Minutos después, varios médicos le rodearon y comenzaron a revisar sus pupilas, sus reflejos, su respiración, sus latidos y le administraron toda suerte de medicamentos. Antonio, desesperado ante aquel mar de extrañas sensaciones tuvo entonces un ataque de pánico que terminó por dejarlo inconsciente.

 

Tras un rato, Antonio despertó de nuevo. Al abrir los ojos pudo ver un poco mejor  al notar que habían cerrado las cortinas de las ventanas y que le aplicaran unas gotas para los ojos. Le habían administrado también algunos medicamentos para bajar la ansiedad y calmarlo. Alguien le acariciaba el pelo y le miraba con ojos llenos de lágrimas. Sonreía, y al ver que despertaba, le abrazó fuerte al tiempo que daba gracias a Dios. Pero Antonio no reconocía aquel rostro.

 

La mujer que le abrazaba le llamaba José. «Mi amor, has vuelto!» le decía entre sollozos. Antonio le miraba desconcertado. Un médico le miraba desde el pie de la cama, sonriendo y alegre. «Bienvenido José» le decía mientras le miraba. «Esto debe ser muy confuso para ti en este momento. Y es lo normal suponemos. José, no pensamos que despertarías, por lo que estamos muy contentos hoy con tu recuperación», dijo aquel hombre de bata blanca y lentes de Carey. El médico difícilmente superaría los treinta y tantos años, y aún así, hablaba con una seguridad y autoridad impecables.

 

Antonio no entendía aquellas palabras, y aunque trató de hablar, no pudo. «No trates de hablar José», le dijo el médico. «Has estado en coma por casi ocho meses. Tus cuerdas vocales, así como todos los demás músculos de tu cuerpo están muy fuera de forma y les tomará un tiempo y mucha terapia volver a recuperarse. Por ahora, lo importante es que estás despierto. Por ahora quisiéramos comenzar de inmediato una serie de pruebas clínicas para revisar tus capacidades cerebrales. ¿Puedes entender lo que te digo?, parpadea tres veces si es así» dijo el doctor mirando fijamente a Antonio.

 

Antonio escuchaba aquello como si fuese una suerte de mala broma que alguien quería jugarle. Miraba a su alrededor, y aunque entendía todo, no podía reconocer a nadie ni el lugar donde estaba. Lo que recordaba era a su esposa, a su hija, a su padre viniendo a verle, a su madre sentada a su lado, a su hermana cuidando de todo...

 

«José, entiendes lo que te digo?, parpadea tres veces seguidas por favor si es así». Antonio le miraba y no entendía por qué le llamaban José. El médico le miraba fijamente, ahora un poco desconcertado y tomando notas en una carpeta. La mujer que le acariciaba el pelo lanzó un sollozo y claramente lloraba. «Lo siento señora Irene. Tras un coma por tanto tiempo era de esperar que sus funciones cerebrales sufrieran un daño grande». Entonces Antonio comprendió que lo que sucedía no era bueno, y tomando una bocanada de aire grande dejó salir un gemido suave... La mujer y el doctor le miraron. Él miró a la mujer a los ojos y con gran esfuerzo parpadeo fuerte tres veces. La mujer se enjugó los ojos inmediatamente con una fuerza revivida y miró a Antonio esperanzada y sorprendida, como quien reaviva una llama cuando el fuego se pensaba extinto en medio de una noche fría. «Mi amor, puedes escucharme?» preguntó la mujer casi en llanto. Antonio parpadeo tres veces nuevamente y la mujer ahora sonriendo de alegría le gritaba al doctor que su esposo le escuchaba... ¿su esposo?...

____________

 

Pasarían unas semanas. Tras terapias y muchas medicinas y ejercicios Antonio recuperaría un poco el habla y sus músculos fueron regenerandose hasta dejarlo dar algunos pasos nuevamente. 


Meses después, Antonio pudo comer relativamente normal una vez más y caminar mejor. Regresó a casa con su esposa y su familia y la vida volvió a ser normal eventualmente. Supo entonces que había sufrido un accidente que le había dejado en coma por varios meses y que casi se pensó que no despertaría nunca más hasta aquel milagroso día en el que efectivamente lo hizo.

 

Antonio, ahora José, no recordaba nada. No reconocía a nadie, ni la casa, ni a si mismo. Le habían dicho que le tomaría un tiempo recuperar la memoria, si es que eventualmente lo hacía. Que debía ser paciente. No se sabía aún si había sufrido daño cerebral permanente. En todo caso, estaba vivo y eso era un milagro que agradecer. Y así, pasó el tiempo.


Antonio aún no recordaba nada de ese nuevo mundo que encontró después de  despertar en aquella cama de hospital hasta que llegó a aquel parque al que le llevarían ahora cada tarde para caminar como parte de su rutina de ejercicios.

 

En aquel parque encontró un árbol. Un árbol que le disparó la adrenalina como quien escucha un ruido fuerte inesperado. Aquel árbol era lo primero que reconocía desde que había despertado como José. Era un árbol alto, y al mirar arriba, descubrió que había un pedazo de cuerda verde que se balanceaba a unos diez metros de altura. No pudo dar un paso más. La respiración se le detuvo por un instante. Su esposa, a su lado y sosteniendo la caminadora sobre la cual aún se apoyaba le miró curiosa primero y preocupada después. «Mi amor, ¿qué te pasa?» le preguntó mientras le sostenía la mano y se colocaba preocupada frente a él. «De aquí me caí?» preguntó Antonio. «¿Que, caerte, de este árbol? ¿Estas bromeando?» replicó ella extrañada y al tiempo divertida. «Jamás te he visto trepar a un árbol» dijo finalmente. Pero Antonio definitivamente reconocía aquel árbol, y fue entonces cuando Antonio, o José, se dio cuenta de algo: La realidad, la vida, su gente, él mismo, no eran más que una ilusión. Un sueño. ¿Y si su hija, su esposa, su padre, el árbol, la caida, no habían sido más que un sueño mientras estuvo en coma?. Aquel sueño había dado una vida entera a Antonio. Más de 40 años de vida en la que tenía una familia, miles de historias, una esposa, una guitarra, dos perros y una hija a la que amaba por sobre todas las cosas y a la que ahora extrañaba con todo su ser... Entonces Antonio, o José, mirando al mundo que le rodeaba y al que no entendía ni recordaba, decidió que quería volver al otro mundo... al mundo en el que sentía que no merecía muchas cosas, en el que caía de un árbol, pero sobre todo, en el que estaban los que más amaba y por los que se levantaría mil veces más de cualquier cama...

 


 

 

 

viernes, 18 de marzo de 2022

LA VERGUENZA DE LA GUERRA Y LOS PALANGRISTAS




Hablar de guerra siempre es un tema espinoso. Es el terreno perfecto para exponer las dobles morales y las percepciones normalmente erroneas de cada punto de vista.


Si debemos ser sinceros, no existe tal cosa como una guerra buena y una mala. Existe la guerra, que no es mas que la imposicion de la fuerza sobre otro para doblegarlo y ya. Los motivos que pueden llevar a eso, son tantos, que decir cual es bueno o no es hablar de un tema que es al menos gris.

Y es que el concepto de bien y mal esta definido por los valores de cada sociedad. Lo que es justo o etico para unos, no lo es necesariamente para otros. En terminos muy generales, podriamos decir que el mundo se divide en dos partes cuyas percepciones son diametralmente opuestss en todo sentido: oriente y occidente. Lo que oriente percibe como normal y justo es opuesto a lo que occidente considera normal y justo, y viceversa.

Si tuviesemos que decir que algo es justo, tendriamos que decir ciertamente que algo es justo si en lineas generales ese algo se ajusta a la percepcion de justicia de la mayoria de los miembros de una comunidad. Esto significa que la justicia no es un valor, sino un acuerdo social de concenso general.

No deja de ser cierto, sin embargo, que existen valores universales. No existe sociedad alguna donde robar o mentir esté aceptado como algo bueno, por ejemplo. Sin embargo hay paises enteros donde sus gobernantes matan, roban y mienten descaradamente a sus ciudadanos, y siguen estando ahi.

El mejor panorama para sacar a flote todos los traumas, las frustraciones y la ignorancia, es una guerra. Estan los que apoyan la guerra, sin importar los motivos de la misma, solo porque piensan que con ese apoyo forman parte de un grupo. Estan los que no la apoyan, porque piensan que es injusta siempre. Estan los que ni opinan y no les importa, y  por ultimo estan los que apoyan, o no, o se hacen los neutrales dependiendo del cheque que les llegue... esos son los peores, porque los primeros al menos creen en algo, mientras que estos ultimos son solo tarifados desalmados. Corruptos de precio rebajado.

A este ultimo grupo no solo pertenecen algunos de los mas bajos representantes de la humanidad, como politicos y politiqueros, sino periodistas en los que la gente confía. Cadenas enteras de gente dedicada a manipular y engañar de la manera mas sucia a cambio de algunas monedas llenas de sangre y muerte de sus propios vecinos y compatriotas. Son los que se levantan cada dia a "justificar" el cancer que se come a la humanidad. A esa gente no le importa nada, solo su chequecito lleno de sangre y lagrimas.

La guerra siempre es terrible. Sobre todo cuando es en contra del que no puede defenderse, como la guerra de un regimen asesino contra su propio pueblo, secuestrado por un cartel capaz de masacrar a quien sea sin la mas minima verguenza. Luego saldra el ejercito de tarifados a disfrazar las verdades y a justificar las matanzas, los robos, el saqueo, las muertes, la corrupcion y el vandalismo con sus articulos de manipulacion en medios tarifados para lavarle la cara al cancer. Esto se repite siempre, en todos los casos de regimenes.

Si hablasemos sin doble moral, deberiamos aceptar que hay guerras justificadas. Una guerra contra los dictadores, contra los corruptos, ladrones, los vendidos, los traidores y los malditos, no solo es buena, sino urgentemente necesaria. Pero las guerras piden un precio que nadie quiere pagar: valentia y sufrimiento. Valentía de quienes se enfrentan al opresor, y sufrimiento de aquellos que no volveran a ver a los que daran sus vidas por defender lo que se debe defender.

Rusia hoy prohibe "informar" cualquier cosa que no sea lo que diga Putin sobre su malevola invasion asesina a Ucrania. Hasta 15 años de carcel se le da a periodistas que digan que Rusia invadió Ucrania en lugar de decir que Rusia "tiene una accion militar especial" para "detener el genocidio" en el pais vecino.

Putin, por su parte, asegura que Ucrania le pertenece historicamente a Rusia y el solo esta reunificando la republica una vez mas. Es que solo asegurar eso es tan risible que parece un chiste... un chiste de muy mal gusto.

En 1939, Hitler hizo lo mismo con Polonia, bajo el mismo argumento: Polonia le pertenecia a Alemania historicamente y el estaba solo reunificando territorio. Si esto fuese un argumento valido, deberiamos entonces aceptar que Mexico invada el sur de EEUU y asesine a todo el mundo porque "historicamente eso le pertenecia a Mexico". Venezuela podria invadir Guyana.

Ante la mirada del mundo entero, Hitler hizo lo que le dio la gana invadiendo pais tras pais, hasta que fue tan grave el daño que tuvo que ser declarada la segunda guerra mundial para detenerlo. Hizo falta que murieran mas de 80 millones de Judios (sin contar los muchos millones mas de muertos entre soldados y civiles no judios) para que finalmente los "paises poderosos" se movieran para detener al dictador... eran otros tiempos, claro.

Hoy, Putin (no Rusia... Rusia no es Putin, asi como Venezuela no es Maduro ni Cuba es Castro...) a asesinado CIENTOS de opositores, a envenenado, ha robado elecciones, a encarcelado a miles de personas por protestar o por pedir justicia, ha destruido hasta los cimientos ciudades como Alepo en Siria apoyando al asesino de Bashar Al Assad, a invadido y destruido regiones enteras como la peninsula de Crimea, y ahora lo hace con Ucrania entera... y NADIE ha hecho nada para detenerlo.

El dictador asesino amenaza a Finlandia, a Suecia, y a la OTAN si "interfieren en su invasion", lo cual nos deja entonces solo dos opciones: lo dejan seguir invadiendo a sus anchas, o vamos a guerra nuclear. En ambos casos, se debe hacer lo que a Putin le parezca, porque el es un maton de barrio con armas nucleares que nadie quiere que dispare. Estamos entonces ante una suerte de secuestro mundial por parte de un sadico  dictador enfermo mental.

Sorprende que haya quien le apoya, aunque esos apoyos suelen ser solo sintoma de una capacidad mental definitivamente disminuida que alarmantemente dice mucho del nivel cultural predominante de algunas partes de algunas sociedades.

Cuando se piensa en la segunda guerra mundial podria uno pensar que algo asi no pasaria de nuevo en estos tiempos, donde la comunicacion y la tecnología moderna nos pone en un pedestal de poder casi divino donde algo tan barbaro como una guerra es casi imposible. Mucho menos en paises "modernos"... quiza en paises bananeros de tercer y cuarto mundo, pero no en los modernos, verdad?.

Pues la guerra sigue. Azerbaiyán estuvo en guerra con Armenia en 2020. Fue una guerra terrible donde se usaron drones y municiones inteligentes para asesinar miles de personas y sirvio de marco publicitario para la venta de armas inteligentes a naciones interesadas en asesinar con mayor efectividad. Quien suplía las armas a Armenia? Adivinen... Rusia. Sabía usted de esta guerra? Quiza no. Por que? Porque estos paises no son de interes para los paises "poderosos", así que no hubo mucha "publicidad". Ese es el valor de nuestras vidas. Su vida es importante solo si vive en un pais "importante".

Podria hacer una lista de las guerras que Putin ha patrocinado, pero con googlear un poco, usted mismo la puede obtener. Lo que es interesante analizar aca es la realidad de las cosas. Primero, que tan fuerte es Rusia en verdad? A mi parecer, no es ni la mitad de fuerte de lo que quieren publicitar. En el conflicto con Ucrania, las dizque super tropas rusas no han podido ni tomar al pais ni ganar la guerra. Tras casi un mes de invasion y ataques, el ejercito ruso ha sido seriamente diezmado por basicamente un ejercito ucraniano muy inferior y una milicia civil sin entrenamiento. Eso deja mucho que decir sobre las supuestas capacidades del ejercito ruso y su "moderno armamento".

Segundo, cual es la verdadera capacidad de las alianzas de paises y la ONU?, obviamente este tema es un chiste y una verguenza.

Ver como Putin masacra, o intenta masacrar al menos, a Ucrania mientras el mundo solo mira y "debate" las acciones a seguir, es poco mas que indignante, sobre todo cuando pensamos en un mundo moderno, democratico y libre. Han dado armas a Ucrania, si. Eso equivale a darle un palo de escoba a la vecina maltratada para que se defienda de su marido boxeador mientras este le parte los huesos a golpes y luego quedarse mirando la paliza sin hacer nada porque "uno respeta la intimidad de los demás". Hay limites para ser cara dura.

Algo que tambien deja en claro este conflicto es que NADIE quiere ser el que le ponga el cascabel al gato. No falta quien dice que EEUU debe actuar de manera firme, pero parecen obviar que Rusia esta amenazando a paises "europeos", y que nadie en Europa quiere asumir su propia defensa continental contra la amenza de Putin. Es facil señalar la inaccion de EEUU al mismo nivel de obviar la inaccion de las otras potencias VECINAS de Rusia, como Alemania, Italia, Francia, Paises Bajos, Suiza, España, Portugal, Belgica, etc.

Si bien la amenaza de guerra nuclear es algo grave que nadie quiere desatar, no es menos cierto que dejando actuar y avanzar a Putin por miedo a que dispare un misil nuclear solo desencadenará mas amenaza y mas peligro. Que pasará cuando en un año quiera invadir otro pais? Y si China lo apoya? Como los detienen? Todos sabemos la respuesta, aunque nadie la quiera decir en voz alta, pero es la misma solucion que deberia darsele a todas las dictaduras.

Hay quienes piensan que eliminar a un dictador no haría diferencia, pero desde que sacaron al de Panamá la verdad es que Panamá creció y se hizo mejor pais. Tampoco han vuelto dictadores al poder en  Libia, o Irak. Y aunque cada pais es un caso muy particular, la verdad es que si hay momentos en los que una guerra puede justificarse. Detener a Putin para que el futuro del mundo pueda existir, es necesario, y mas alla de ponerle etiquetas de policia del mundo a uno u otro, deberiamos pensar en el futuro "de todos" y en como colaborar para que eso exista.

Pensar por nosotros mismos, crear criterio nosotros mismos con la información que tenemos y contrastando esa informacion con la historia, el sentido comun y los valores propios es especialmebte necesario hoy en dia. Putin es un asesino criminal que debe ser detenido. Maduro es un asesino narcotraficante que debe ser detenido. Los Castro y Diaz Canel son asesinos criminales que deben ser detenidos. Basahar Al Assad es un asesino criminal que hay que detener. Kim Jon-Un es un asesino criminal que debe ser detenido, Daniel Ortega es un asesino criminal que debe ser detenido... jugar al neutral o al tonto no nos ayudará a tener futuro... agachamos la cabeza y los dejamos hacer, o los enfrentamos y acabamos con el cancer.

EL VIOLIN. PARTE 1

Cuando tenía unos 6 años de edad, me sentí profundamente atraído por la música. Recuerdo que en casa teníamos uno de esos equipos de sonido ...