La crisis que enfrenta el Cártel de los Soles se acentúa cada día más a pesar de sus fallidos esfuerzos por disimular.
Los acontecimientos de los últimos días no solo revelan la creciente presión internacional que enfrenta el narco gobierno venezolano, sino que exponen sus grietas internas y la fragilidad de un sistema que lleva años sosteniéndose más por un “idea de fuerza” que en lo material no existe ya, que por el apoyo popular que alguna vez tuvieron.
La reciente incautación de un petrolero venezolano por parte de Estados Unidos, desplegando su poderío naval frente a las costas del país, dejó al régimen en una posición incómoda.
La reacción de Caracas, cargada de indignación, no logró disimular un hecho esencial: Venezuela carece de capacidad real para responder a una demostración tan clara de fuerza. Tampoco hubo respuesta cuando los aviones del buque Gerald Ford estadounidense entraron por casi una hora a sobrevolar el golfo venezolano resguardando (lo sabemos ahora) la fuga de Maria Corina Machado.
Más allá de la retórica, Maduro quedó reducido a enviar notas de protesta a organismos internacionales de los que despotricó por años y que ya hoy no lo reconocen como mandatario. Ahora intenta convencer a gobiernos vecinos de confrontar a Washington para defenderlo a él y sus lugartenientes, sin éxito. Ese llamado desesperado no es más que resultado de no tener apoyo ni de su propio ejercito, ni tener fuerza mercenaria para enfrentar una amenaza real a su permanencia en el poder que usurpa. Por muchos mercenarios cubanos o de otros países que tenga a su alrededor, no se puede ganar con pistolas una batalla naval.
En países como Colombia y Brasil se percibe una incomodidad creciente ante su llamado de auxilio, casi como si asistieran al último esfuerzo de una dictadura que lucha por conservar relevancia en un tablero regional que ya lo mira con recelo. Petro, aliado de Maduro, no puede auxiliarlo sin exponerse a si mismo, por lo que ha dejado su apoyo en la retórica “diplomática”. Lula, por su parte, le sugiere dejar el poder antes de que sea demasiado tarde.
A esta presión externa se suma un fenómeno que ha tomado al régimen por sorpresa y que pone en evidencia su vulnerabilidad interna. La fuga de María Corina Machado, tras meses de persecución, constituye una derrota estratégica para el aparato de inteligencia chavista que ha vendido por años la idea de una suerte de omnipresencia invulnerable pero que una vez más ha quedado al desnudo, demostrando que también eso es mentira.
Su salida clandestina no solo desafió los mecanismos de control que el régimen presume férreos, sino que mostró que su estructura represiva no es ni fuerte, ni sólida, al punto de que no solo no logra contener a una de las figuras más vigiladas del país, sino que de hecho, colaboró con su salida.
Ahora, Machado insiste en que va a regresar muy pronto. El hecho de que Machado se prepare para regresar pronto al país, reforzada por un reconocimiento internacional sin precedentes, ha generado un nerviosismo palpable en Caracas, donde una campaña de descrédito al premio Nobel se ha desatado de manera demasiado obvia, demasiado absurda, con la intención de minimizar el gran evento que significa el Nobel de la Paz y lo que eso representa para el chavismo decadente.
La retórica de Maduro, marcada por llamados urgentes a una refundación de la Gran Colombia frente a Estados Unidos, transmite desesperación. El cártel ya no cuenta con las alianzas internacionales que alguna vez lo sostuvieron, y el apoyo popular del que alguna vez hicieron gala, hace mucho que desapareció.
Hoy, aliados de Maduro como Petro en Colombia y Lula en Brasil sugieren una “transición negociada” y una amnistía amplia para quienes han formado parte del régimen. Esta propuesta, absurda desde el comienzo, puesto que Venezuela tiene un presidente electo llamado Edmundo Gonzalez, deja al descubierto que incluso los aliados ya ven inviable la permanencia en el poder del capo mayor. Por otra parte, la idea de la amnistía ha sido rechazada de plano por EEUU y el equipo de Maria Corina, lo cual elimina significativamente el margen de impunidad que los miembros del cártel esperan.
El escenario entonces combina la presión militar, diplomática y política de Washington con un deterioro interno del entramado del cártel que ya no puede ocultarse. La economía del narco gobierno se sostiene a duras penas sobre una estructura que depende del contrabando, en estos momentos fuertemente golpeado por las acciones de eeuu en las costas, y la corrupción. Mientras tanto, la población vive al límite de la supervivencia cotidiana.
En este contexto, la reaparición de una figura opositora que, pese a años de censura, exilio y persecución, logra articular una narrativa de esperanza, es un desafío que el régimen no había esperado enfrentar. No se trata únicamente de liderazgo político, sino de un recordatorio al país de que aún existen voces dispuestas a luchar por el futuro.
Maria Corina Machado ha contado con la posibilidad de simplemente retirarse a la seguridad mil veces, pero ha escogido luchar de frente contra el narco régimen y enfrentarlo hasta su caída en nombre de millones de venezolanos. Este tipo de valentía, que le sobra a Machado, es el equivalente en cobardía que expone a los capos del cártel, escondidos tras infinitos anillos de seguridad, escoltas cubanos y mercenarios. Son muy valientes en sus programas de television con público obligado y matones armados protegiendo sus espaldas a cambio de un sueldo, o en sus declaraciones preparadas sobre escenarios en los que amenazan con persecusión, con muerte, con cárcel. La cosa cambia cuando deben enfrentarse a fuerzas que les pueden doblar el brazo como ellos lo hacen con los demás. Ahí, piden paz, dialogo, entendimiento.
Lo más significativo de este momento es la sensación creciente de que la historia se está moviendo. Ya la idea de que los narcos estarán en el poder para siempre no se cree tanto. La debilidad del régimen ya no es una intuición, sino un hecho evidente. Sus aliados, si es que les quedan, los han abandonado. No hay flotas chinas y rusas defendiendo a Maduro como habían planteado desde hace años. No hay bombardeos iraníes dandole apoyo a Diosdado. No hay ejércitos cubanos y nicaraguenses llegando a Maiquetía para luchar por el cártel. Todo quedó como la canción de Guaco: “En el pasado, en el vacío, en una historia que el tiempo se llevó”.
Frente a esta realidad, la esperanza venezolana adquiere una nueva dimensión. No es ingenua ni ciega, sino la consecuencia natural de ver cómo un sistema que nos dijeron que era indestructible comienza a derrumbarse y nos muestra que detrás del gigante inmenso que nos amenazaba, solo se escondía un gusanito
Cada gesto de la comunidad internacional, cada amenaza del cártel, cada acto de valentía de la oposición refuerza la sensación de que la transición, aunque incierta, ya no es un sueño lejano.
Venezuela ha vivido demasiadas falsas auroras para entregarse a un optimismo sin matices. Sin embargo, lo que está ocurriendo hoy es distinto. La debilidad de Maduro ya no es únicamente interna, sino globalmente reconocida. La presión externa no disminuye y las fuerzas que antes lo apuntalaban han comenzado a retirarle su apoyo.
La fuga de María Corina y su anunciado regreso son solo un capítulo más de una historia que avanza con una velocidad inusual. Dijeron que no llegaría a Oslo, pero llegó. Ahora dirán que no va a regresar, y de nuevo, se equivocarán. Maria Corina Machado les ofreció en su momento una transición pacífica que con gran soberbia los narcos rechazaron con burlas. Hoy, los capos no pueden dormir y ya empiezan a sentir que el mundo les queda pequeño y saben que hay celdas y tumbas esperándolos. El tiempo les está llegando y las opciones de salir bien parados ya no son muchas, si es que les queda alguna.
Hoy, la libertad aún exige sacrificio, paciencia y convicción, pero parece estar más cerca de lo que muchos se atrevían a imaginar. No desmayemos. Ya hemos llegado hasta aquí. Falta poco y se está logrando!
Jose Calabres
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