Maduro vuelve a mover las piezas del tablero en un momento en que cada gesto revela más nervio que estrategia. Este pasado primero de diciembre hizo un show televisado para la “creación de un nuevo buró político para conducir la llamada revolución bolivariana”, que no es ni de cerca lo que pretende presentarse como una simple reorganización interna destinada a “fortalecer” al partido. Es, más bien, la señal tangible de que el régimen ha entrado en fase defensiva y que el propio Maduro ha comenzado a construir una estructura paralela que le permita ceder poder sin perder control, abrir espacios sin quedar desprotegido y repartir responsabilidades sin dejar de ser el eje de la maquinaria.
En esta jugada se adivinan varias capas. Por un lado, el temor evidente a una acción que pueda eliminarlo de manera abrupta, ya sea capturándolo o forzando su salida por medios más drásticos. Por otro, la clara intención de corresponsabilizar a toda la cúpula de cualquier hecho punible que pueda desencadenarse en medio de esta tensión creciente. Maduro, al incorporar a sus lugartenientes en posiciones formales de dirección, deja de ser el único rostro de la estructura criminal que ha gobernado el país durante más de una década. Comparte el peso, diluye la culpa, y deja trazado un camino para que, si él cae, otros queden atados al mismo destino. Esto es sin duda una manera de asegurar que no hay traidores a su lado: si caigo, caemos todos.
Pero hay algo más profundo aún: la preparación de una eventual junta de gobierno formada por los mismos dirigentes que ahora ascienden a este buró político. En un escenario en el que Maduro sea detenido en un viaje al exterior (un riesgo que sus propios movimientos sugieren que considera real) esta junta podría asumir el mando de manera inmediata, asegurando, supuestamente, la continuidad del poder chavista y manteniendo vivas las redes de control económico, territorial y militar que sostienen al narco cártel. Se trataría, en esencia, de un salvavidas interno para garantizar que el sistema sobreviva incluso si el nombre que lo encabeza dejase de estar disponible. Esto es muy típico de los cárteles.
Todo esto ocurre en las mismas horas en que Donald Trump reunió a su buró de defensa para tomar decisiones sobre el caso venezolano. Hasta el momento de este reporte, no se ha hecho pública ninguna declaración oficial, pero es evidente que Washington ha entrado en una fase decisiva: El cierre del espacio aéreo venezolano, anunciado días atrás, no fue un gesto simbólico sino una advertencia directa. Y la presencia militar de Estados Unidos en el Caribe junto a las declaraciones crecientes que apuntan a operaciones más amplias confirman que la posibilidad de una acción inminente ya no pertenece al terreno de las especulaciones, sino al de las previsiones operativas.
Conviene recordar que, en paralelo, existen facciones en el Congreso estadounidense que rechazan cualquier intervención en Venezuela, al considerar que Trump estaría impulsando una guerra innecesaria. En los próximos días podría producirse una votación para vetar acciones militares, lo que abre una ventana crítica: si la Casa Blanca considera indispensable actuar antes de que ese veto se materialice, el margen de tiempo se reduce. Y cuando los márgenes se reducen, las decisiones suelen acelerarse.
En este contexto, el movimiento de Maduro adquiere un matiz más urgente. No es un gesto de fortaleza, sino de anticipación. El lo sabe. No es la reorganización de un líder seguro, sino el blindaje de un dirigente que percibe, quizá por primera vez, que su figura personal es el punto más vulnerable de todo el entramado.
La redistribución del poder no busca renovar la revolución, sino evitar que su caída arrastre consigo a la estructura que la sostiene.
La tormenta que se cierne sobre los capos no es solo política ni militar; es también interna. El narco chavismo ha comenzado a preparar su propio mecanismo de supervivencia ante un posible colapso del mando central. El régimen que siempre se vendió como monolítico empieza a colocar paracaídas de emergencia, y es porque sabe que la pista se acorta y el viento deja de estar a favor.
Lo que ocurra en los próximos días, o incluso en las próximas horas, determinará si este nuevo buró político será un órgano de acompañamiento o la antesala de una junta destinada a caer junto a su jefe.
Jose Calabres

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