viernes, 21 de febrero de 2025

ESTO YA LO HEMOS VIVIDO



La política estadounidense no es mi especialidad. De hecho, está muy lejos de serlo. Creo que la política, en general, puede entenderse más o menos racionalmente cuando forma parte de nuestro entorno diario. Es decir, comprendemos la política del país o de la sociedad en la que nos desenvolvemos porque es la política con la que estamos familiarizados. Está entretejida con nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra historia. Vemos el mundo a través de la perspectiva de la política que experimentamos. Sin embargo, esta percepción, cuando se aplica a sociedades ajenas, puede distorsionar las realidades. Es muy difícil entender por qué en una sociedad distinta a la nuestra las cosas se hacen de manera diferente.

No podemos pensar en soluciones para un problema en Alemania desde la perspectiva de un estadounidense, ni asumir que una solución brasileña es aplicable, por ejemplo, a Indonesia o viceversa. ¿Se entiende el punto?

Sin embargo, sí existen paralelismos que nos permiten identificar, más o menos, la direccionalidad y la intención de una política. Por ejemplo, un país cuyas políticas de salud buscan ofrecer a su población un servicio de calidad a precios asequibles o gratuitos refleja un gobierno con un enfoque en el bienestar social. Eso no requiere grandes análisis. Un gobierno que protege las inversiones públicas muestra una inclinación hacia la responsabilidad económica. Un gobierno que invierte cada vez más en su parque de armas, obviamente, se está preparando para una guerra o algún tipo de enfrentamiento. ¿Vamos entendiendo la dinámica?

Lo que llama poderosamente mi atención en estos momentos, y lejos de pretender ser un experto en la situación de EE.UU.—país cuyo entorno político no conozco de primera mano, ya que veo el mundo desde mi perspectiva como venezolano y no como estadounidense—es la incapacidad de quienes sí han vivido toda su vida bajo una visión político-social estadounidense. Sorprende que sean incapaces de ver la infinidad de red flags que se levantan no a diario, sino cada hora, con cada declaración de cualquier miembro de la administración actual respecto a políticas que afectan directamente la vida de todos en EE.UU.

No me corresponde a mí, como venezolano que no vota (eso es un privilegio exclusivo de los ciudadanos), dar lecciones a nadie. Pero puedo reconocer patrones históricos que, sin excepción, han terminado en desastre. Y no lo digo yo; son hechos. Aunque, al parecer, ahora “los hechos” dependen de lo que diga el grupo en el poder.

No voy a hacer paralelismos con los nazis ni nada por el estilo. Cada quien que piense lo que quiera al respecto. Pero sí voy a comentar sobre cosas que, al menos a mí, me llaman la atención respecto al hoy.

Días atrás, en una de las frecuentes ruedas de prensa del presidente, lo escuché referirse a una llamada con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien le sugirió iniciar una campaña en las escuelas para ayudar a prevenir el masivo consumo de drogas que aqueja a los ciudadanos estadounidenses. El presidente Trump respondió que la idea era “muy buena”. Al parecer, en la historia de los gobiernos de EE.UU., a nadie jamás se le había ocurrido algo así. Pero lo más llamativo no fue eso, sino que, tras concederle el crédito a la presidenta Sheinbaum, aseguró, sin el más mínimo atisbo de humildad, que él “nunca había aprendido nada de nadie y que lo sabe todo”. Él lo sabe todo.

Y aunque un comentario tan de mal gusto, cargado de ignorancia más que de soberbia, podría pasar desapercibido, poco después escuché otra declaración en la misma conferencia de prensa. En ella, el mismo presidente hablaba de sí mismo en tercera persona y aseguraba que “solo Trump, en la administración Trump, podría acabar con la guerra que Ucrania comenzó contra Rusia”. No solo es una afirmación risible—casi burlesca si no fuera por lo trágico e inhumano de tal declaración—sino que, además, es falsa. Ucrania no comenzó la guerra contra Rusia, y eso lo sabe el mundo entero. Pero cuando el líder de la primera potencia mundial miente con tal descaro, al igual que cualquier dictador de repúblicas bananeras, la pregunta que surge es: ¿Es este un gobierno en el que realmente se puede confiar? ¿Cuántas otras mentiras nos están diciendo? ¿Cómo se puede confiar en alguien que miente constantemente?

Es preocupante lo que está ocurriendo. Para mí, como extranjero que creció viendo a EE.UU. como el país de las películas—donde la justicia es inquebrantable, las leyes se cumplen, nadie escapa del largo brazo de la ley y los funcionarios públicos son incorruptibles—resulta decepcionante descubrir que la realidad es mucho más parecida a la de cualquier nación tercermundista. A veces, incluso peor.

Me asombra cómo este presidente puede gobernar simplemente firmando órdenes ejecutivas como si fueran autógrafos, evitando cualquier legislación del Congreso o el Senado. ¡Y a nadie parece extrañarle! En Venezuela, Chávez hacía lo mismo con su programa de televisión dominical Aló, Presidente. Ahí decidía, en vivo y en directo, todo lo que ocurriría en el país. No había debates en la Asamblea Nacional ni reuniones ministeriales; todo lo resolvía él, como si fuera un reality show. Supongo que Trump ha encontrado su propia versión de ese programa con sus conferencias de prensa y su incesante firma de órdenes ejecutivas.

La pregunta, entonces, es: ¿Existen hoy en día poderes independientes en el gobierno de EE.UU.?

Los grandes dictadores de la historia han gobernado ignorando a los poderes independientes y pasando por encima de la ley sin el más mínimo decoro. Así lo hizo Chávez, y así lo hace Maduro con sus “leyes habilitantes” que le otorgan superpoderes. Así gobiernan Ortega, Díaz-Canel y, por supuesto, el gran modelo a seguir de Trump: Putin. ¿No le llama la atención a nadie?

Pero esto no se trata solo de señalar algunas irregularidades, sino de entender hacia dónde apuntan las acciones de este gobierno y cómo maneja la información para manipular a la gente, al mejor estilo venezolano.

Una de las estrategias más exitosas del chavismo ha sido comprar conciencias mediante políticas que aparentan generar bienestar. Así nació MERCAL, un sistema de venta de alimentos subsidiados por el gobierno a precios populares. La gente, empobrecida, estaba feliz con su comida barata. Pero la realidad era que Chávez y su círculo desfalcaban al país con compras de alimentos a precios inflados. Así, el “humilde” soldado golpista murió con una fortuna de más de dos mil millones de dólares. Hoy, sus herederos políticos poseen fortunas que envidiaría cualquier jeque árabe.

¿Podría pasar algo así en EE.UU.? ¿Es posible?

Al hacerme esta pregunta, me topo con otra noticia inquietante: se habla de otorgar el 20% de los supuestos “ahorros” que Trump y Elon Musk han generado con su “optimización de cuentas” a los ciudadanos, enviando un cheque a cada hogar del país. Hermoso, ¿no? Pero en Venezuela también dan “bonos” mensuales, y este paralelismo me genera ruido.

Resulta que esos “ahorros” provienen del desmantelamiento del gobierno: en un solo mes, esta administración ha despedido a más de 200.000 empleados federales—maestros, guardias forestales, operadores aéreos, soldados, deportistas, artistas—dejándolos sin salario ni beneficios porque Musk los considera “innecesarios”. Esos cheques representan el sueldo de esas familias. Pero, como en Venezuela, de seguro la gente los recibirá con alegría y más de uno gritará: “¡Así es que se gobierna!” Y ya sabemos a dónde lleva ese camino.

Solo falta que, en cualquier momento, Trump diga que las devoluciones de impuestos son un “regalo de Trump a su pueblo”, como si las arcas del país fueran su patrimonio personal.

Así comienza la decadencia. Trump ha vetado el acceso de Associated Press a las ruedas de prensa en la Casa Blanca (en minúsculas, porque el prestigio que representaba ese edificio hoy deja mucho que desear) solo porque AP, una de las agencias de noticias más prestigiosas del mundo, no se refiere al Golfo de México con el nuevo apodo que Trump, en su infinita capacidad de creerse emperador, ha decidido imponer: “Golfo de América”.

Pero no faltan quienes defienden tal absurdo con un apasionado y vacío discurso de patriotismo extremo: “¡Esto es América! ¡Ese es nuestro golfo!”, ignorando que América es un continente con 35 países. Pero no solo eso. Nadie parece preguntarse con qué autoridad Trump (o cualquier otro mandatario) puede cambiar el nombre de territorios histórica y geográficamente reconocidos por convenciones internacionales. ¿Adivinen quién solía cambiar nombres de territorios y monumentos? ¡Piénsenlo unos segundos! ¿A ver...? Si pensaste en Chávez, respondiste correctamente. Chávez cambió el nombre del cerro El Ávila a Waraira Repano, agregó una estrella a la bandera, modificó el escudo de Venezuela e incluso estuvo tentado a cambiar el himno.

Aca no es si es importante el nombre del golfo, que seguirá siendo el golfo de Mexico en todos los mapas del mundo entero, sino que Trump se siente con el derecho de vetar la libertad de prensa que no se alinea con sus políticas. Y eso, mis amados, tiene un nombre, aunque no quieran aceptarlo: TOTALITARISMO. Y es la puerta de entrada a la DICTADURA. Pero no me lo crean a mí. Hagan un pequeño esfuerzo y traten, solo por un momento, de apartar su adoración ciega al aspirante a emperador y revisen la historia: investiguen cómo han ascendido al poder los dictadores. Infórmense, para que cuando hablen, lo hagan con propiedad.

Trump ha firmado recientemente una orden ejecutiva que corta cualquier ayuda federal a los hijos de indocumentados. Esta noticia me eriza la piel, no solo por el recorte de fondos, sino por lo que implica. Déjenme explicarles: si una persona sufre un accidente y requiere atención médica de urgencia, pero es indocumentada, esta orden pretende que no pueda recibir esa atención. En otras palabras, ¿se supone que debe dejarse morir? ¿O acaso habrá consecuencias legales para quien se atreva a ayudarlo? Trump ha amenazado a estados enteros con retirarles fondos federales si no colaboran con las deportaciones, como si el acceso a esos fondos dependiera de la gracia y la buena voluntad del rey. ¿Esto no le llama la atención a nadie?

Pongamos otro ejemplo: los niños indocumentados no podrán asistir a la escuela. Se les debe negar el derecho a la educación por su condición migratoria. Los maestros son pagados con fondos federales, por lo que se les podría negar “el beneficio de recibir clases”. Esto, supuestamente, está muy bien justificado porque “los impuestos de los ciudadanos no deben gastarse en ilegales”. Pues hagamos un pequeño paréntesis: primero, NADIE ES ILEGAL EN EL MUNDO. Indocumentado es el término correcto. Y segundo, los “ilegales” aportan más de 100 BILLONES DE DÓLARES ANUALES en impuestos, de los cuales no reciben absolutamente ningún beneficio. Lo que significa, mi amado Trump lover, que, de hecho, los “ilegales” son los que están pagando las pensiones de retiro de MILLONES de estadounidenses.
Además, mis amados seguidores de MAGA, los derechos a la educación, la salud, la alimentación, el agua, la vivienda y la justicia son DERECHOS HUMANOS UNIVERSALES IRREVOCABLES. Es decir, no pueden ser revocados bajo ninguna circunstancia en ningún país del mundo.

Esto significa que la orden de Trump no solo es absurda e ilegal, sino irrelevante. PERO, y aquí está el punto clave, esta noticia no busca realmente aplicar una política efectiva. Su propósito es crear una matriz de opinión que justifique las acciones racistas y segregacionistas de una administración que pretende convencer a la ciudadanía de que los indocumentados son el gran problema del país. Por eso Musk dice que los beneficios sociales que el gobierno ESTÁ OBLIGADO POR LEY a otorgar a sus ciudadanos son robados por algo que él llama “la clase parasitaria” y vampiros de más de 150 años de edad. Al parecer, no solo pretenden vender la idea de que los beneficios sociales son un acto de benevolencia de su santidad anaranjada, sino que si los ciudadanos no agachan la cabeza en señal de gratitud, entonces son considerados parásitos por una camarilla de billonarios que juegan a la corte del elegido.

Aún más llamativo es que los “billones ahorrados” con estas políticas beneficien, “casualmente”, a quienes están en el poder. Los contratos de SpaceX, por ejemplo, no representan “conflictos de interés” a pesar de que Musk tiene una relación directa con el gabinete, según el propio presidente. Pero se recortaron fondos a la NASA. Curioso. Me pregunto si parte de esas ganancias millonarias que ahora ingresan a las arcas de Musk acabarán en las cuentas de algún personaje anaranjado… La pregunta que debemos hacernos hoy no es si están desvalijando a la nación, sino “¿por qué no podrían estar haciéndolo?”. ¿Hay alguien supervisando que esto no ocurra? Están distrayendo a todos con absurdos para que no veamos lo que realmente están haciendo, como los magos?

Y para no alargar demasiado esto (porque podríamos seguir por horas), vale la pena reflexionar: una guerra económica con el mundo entero, querer anexionar Canadá, comprar Groenlandia, adueñarse de la franja de Gaza para hacer un complejo turístico (al que, por cierto, me gustaría ver quién está dispuesto a ir), acusar a Ucrania de iniciar la guerra y llamar a su presidente dictador por negarse a entregar territorio, amenazar a la Unión Europea y a China, censurar medios de comunicación, eliminar instituciones de protección al consumidor, controlar los medios y las noticias, y pasar por encima de los poderes judiciales… ¿no les llama la atención a los mismos ciudadanos que defienden a Trump? ¿Es esto “hacer América grande otra vez”?

¿No parece más bien un plan para destruir EE.UU. desde adentro, como en El candidato de Manchuria? Quizá los estadounidenses no lo ven porque no conocen lo que es una dictadura o el totalitarismo más allá de lo que imaginan que sucede solo en Latinoamérica o lo que han visto en películas. Pero para mí, que soy americano al igual que los 1,036,900,579 habitantes que conformamos el continente, que soy del sur, que soy de Venezuela, esto, señores… esto ya lo hemos vivido.

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