miércoles, 24 de septiembre de 2025

-Un Mundo Roto- (o Reflexiones sobre la estupidez)



Suele pasar que pienso demasiado en nuestro mundo. En nuestra humanidad. Y no estoy seguro de que sea un ejercicio sano, para ser honesto, porque muchas veces me sumerge en lugares tristes, grises y desesperanzados.


Alguien podría decir que vivimos en el mejor momento de la historia: tenemos avances tecnológicos sin precedentes, una economía global en su punto más alto, y la ciencia y la medicina nos han regalado más años de vida que nunca antes. No dudo de nada de esto; es verdad. Pero, al mismo tiempo, pareciera que nos volvemos cada vez más estúpidos en muchos aspectos.


Se supone que con el paso del tiempo deberíamos aprender, crecer, volvernos más “modernos”. Pero no es así. Hoy debemos autocensurarnos para hablar de temas que, irónicamente, solo pueden superarse hablándolos. No se puede mencionar el suicidio, el racismo, la corrupción, el machismo… porque apenas se nombran, las publicaciones son censuradas, eliminadas o “desmonetizadas”. Entonces, quienes tienen la posibilidad de multiplicar un mensaje valioso prefieren hablar de “cómo lograr que tu video atraiga en dos segundos” en lugar de enseñar a millones de seguidores a reconocer un gobierno corrupto o a prevenir un suicidio. Eso no vende. Eso no se toca.


Y no solo no se habla: hasta nombrarlo está prohibido. Ahora hay que escribir $ui/!d!0 o A$3$!n0 para que el famoso “algoritmo” no borre el contenido. ¿En qué momento llegamos a aceptar que toda la humanidad dependa de lo que un algoritmo nos permite decir o callar? ¿Cómo es posible que algo tan abstracto —y controlado por unos pocos— tenga el poder de destruir a cualquiera con un simple hashtag?


¿Cuándo dejamos de lado lo que pensamos de verdad para someternos a lo que “acepta” un algoritmo o a lo que repiten ejércitos de bots? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¿Qué futuro espera a nuestros hijos?


Vivimos en un mundo donde quienes dicen lo que piensan son “cancelados”, mientras la estupidez y la ignorancia son premiadas con millones de vistas y “likes”. Antes se decía que la ignorancia existía por falta de información; hoy sabemos que no es así. La información está ahí, al alcance de todos. Pero parece que la mayoría elige la estupidez, porque resulta más cómoda, más entretenida, más viral.


El mundo está roto. Hoy jugamos a lo “políticamente correcto” sin detenernos siquiera a preguntar: ¿qué significa “correcto”?. Un pequeño grupo de celebridades, que aparentemente representan al mundo entero, marca la pauta de lo que se debe aceptar, creer, callar o decir. El número de likes decide quién gana.


Mientras tanto, los miles de millones de personas que habitamos el planeta seguimos las instrucciones de ese grupito y de un ejército de bots algorítmicos que viven en una red donde la verdad simplemente no existe. Y así, terminamos con gobernantes que deciden el destino de millones decretando lo que es o no correcto en un simple “post”.


Ya no se trata de pensar y analizar por nosotros mismos, sino de esperar a que “el líder” nos diga qué creer y qué hacer en el mensaje que publique en ese momento.


¿A alguien mas le parece absurdo esto? Despues de millones de personas que en siglos pasados murieron defendiendo nuestra libertad y nuestro derecho a pensar libremente, así estamos… esperando a que el “líder” diga que vamos a pensar o no.

viernes, 19 de septiembre de 2025

De la Libertad



Hablemos de libertad.


Pareciera que el concepto de “libertad” es entendido claramente por todos. Lo asumimos como algo moderno, tácito. Vivimos en un “país libre”, donde podemos hacer lo que queramos, decir lo que queramos, ir a donde queramos. Pero en realidad, esa “libertad” muchas veces es solo una ilusión.


La verdadera libertad es mucho más que un concepto: es un conjunto de derechos conquistados, literalmente, a sangre y fuego por nuestros antepasados en luchas que hoy difícilmente estaríamos dispuestos a dar. Hubo personas que murieron exigiendo y defendiendo los derechos que nosotros disfrutamos hoy desde la comodidad de un sofá. 


En Latinoamérica, la independencia de los pueblos se logró tras ríos de sangre derramados en batallas contra ejércitos realistas. Así se rompió el yugo de los imperios europeos. Pero “independencia” no significa libertad.


La libertad es el respeto a los derechos de todos. Son derechos universales, derechos humanos. De allí la existencia de sistemas judiciales. Pero respetar derechos no siempre garantiza justicia, y en esa zona gris —entre libertad, legalidad e independencia— es donde los poderosos juegan sus cartas para coartar la libertad de las mayorías, porque mientras las mayorías dependan de los poderosos, estos seguirán siéndolo. La pobreza, en ese sentido, no es un accidente: es un producto cuidadosamente elaborado.


Esto no es un eslogan ni un pensamiento de etiqueta política. No corresponde a una ideología liberal, conservadora o socialista. Es un hecho verificable.


Veamos un ejemplo: tras la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, en teoría millones de personas fueron “libres”. En la práctica, los afroamericanos no podían conseguir trabajo porque eran negros. Se les prohibía el acceso a escuelas, hospitales, tiendas, e incluso podían ser linchados sin mayores consecuencias. ¿Podemos hablar entonces de libertad y justicia tras la abolición de la esclavitud?.


Este ejemplo incomoda a muchos. Hay quienes pretenden borrar la historia y reemplazarla con relatos edulcorados, como si se tratara de cuentos de hadas. Pero estos horrores no sucedieron hace siglos: ocurrieron hace apenas unas décadas. Borrarlos de la memoria no va a ser un trabajo fácil. 


No fue sino hasta 1965 cuando se garantizó plenamente el derecho al voto de las personas afroamericanas. Aunque la 15.ª Enmienda (1870) prohibía negar el voto por “raza, color o condición previa de servidumbre”, se idearon mecanismos para excluirlos: impuestos electorales, pruebas de alfabetización, “cláusulas de abuelo” e intimidación. Y el sufragio femenino no llegó sino hasta 1920, medio siglo después del voto masculino.


Tampoco fue sino hasta 1954 cuando la Corte Suprema de EE. UU. declaró ilegal la segregación racial en las escuelas. Eso significa que millones de personas que hoy siguen vivas sufrieron discriminación abierta, se les negó educación y se les trató como ciudadanos de segunda por su color de piel. Rosa Parks, ícono del movimiento por los derechos civiles, murió hace apenas unos años. Todo esto ocurrió hace muy poco tiempo. No es motivo de orgullo, pero sí de memoria: borrar esa historia es negacionismo, y ninguna sociedad en la historia ha prosperado jamás sobre el negacionismo.


Lo que quiero dejar claro es que la libertad no es algo que simplemente existe. Siempre ha requerido luchas, y esas luchas han sido protagonizadas por minorías oprimidas enfrentadas a clases poderosas. Sin excepción. No es cuestión de ideología, es cuestión de hechos. Y, paradójicamente, esas “minorías” casi siempre son en realidad las grandes mayorías: trabajadores, campesinos, mujeres, pueblos enteros. Hoy, al menos 46% de la población de EEUU necesita trabajar más de 60 horas semanales para cubrir sus gastos básicos mensuales. Del 54% restante, 34% asegura tener dos trabajos para poder llegar a fin de mes. Mientras tanto, un muy pequeño grupo acumula fortunas imposibles de gastar en mil vidas. Este fenómeno se repite en casi todos los países, aunque en algunos es mas marcado que en otros.


El secreto está en la cultura. Un pueblo culto es un pueblo consciente y difícil de manipular. Por eso, desde siempre, a los poderosos les ha convenido mantener a los pueblos en la ignorancia: borrar la historia, premiar la mediocridad, sembrar división y resentimiento, etiquetar a los disidentes como enemigos. Esas son sus armas. Mientras tanto, ellos hacen lo opuesto: van a las mejores universidades, acceden a la mejor educación, viajan por el mundo, se enriquecen del conocimiento y lo utilizan para perpetuar su poder. El círculo vicioso se repite.


Hoy deberíamos preocuparnos profundamente por el retroceso de las libertades en el mundo. Existen países donde opinar puede costar la vida, el trabajo o la deportación. Donde un periodista puede ser despedido por “incomodar al poder”. Donde lo que es legal o justo lo decide el “líder”… pero cuando la libertad depende del ánimo de un líder, entonces ya no existe libertad.


Si la libertad de prensa, de opinión, de voto o de protesta depende de la voluntad del poderoso y no del respeto a la ley, a la justicia y a la imparcialidad, lo que tenemos no es libertad: es una simulación de libertad, y en esa simulación solo se es “libre” si se aplaude y glorifica al líder, como ocurre en Corea del Norte, Nicaragua, Rusia o Cuba… Lo digo con conocimiento de causa: soy un periodista venezolano perseguido por mis opiniones… hay países en los que hoy se ha retrocedido 100 años en materia de libertad ante el aplauso de sus propios habitantes… 


Jose Calabres

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