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Por allá, en un
año de esos electorales, hubo un candidato que no era como los demás. Era uno
de esos que uno llama “un tipo ahí”. Un tipo cualquiera. No era ni eso que
llamamos “carismático”, ni cómico, ni hablaba gritando y exaltado. No. Era un
tipo normal, como la mayoría de la gente del mundo.
Este tipo,
candidato a algo, había decidido comenzar su campaña. Pero lo hizo en un país con
una historia muy dura.
Venezuela había pasado
más de 20 años atrapada en un hueco miserable que cada vez se hacía más y más
grande.
Se había comenzado
siendo un país que no sabía lo que tenía, y que vivía en el sopor del
desconocimiento de la realidad. Aquello de tomar guisky en todo momento era
algo muy normal cuando todo empezó. Era normal que en cualquier casa se
tuviesen varios carros. Era lo común que el que se casara tuviese su casa,
porque hasta un dicho había: EL QUE SE CASA, CASA QUIERE. Las playas se
desbordaban de gente en vacaciones y en navidad las tiendas y licorerías quedaban
extasiadas de tantas ventas. Nadie pensaba que aquello era fragil.
Pero un día llegó
un hombre. Este hombre había cargado bala por bala el fusil automático con el
que apuntó y disparó ráfagas mortales contra otros venezolanos. Era un asesino
de primera clase. De sangre fría y con las manchas de sangre sobre su uniforme
aun frescas, apareció en televisión diciendo que era un nuevo Mesías. Aseguraba
que debía salvar al país de la desgracia en la que estaba.
El país pasaba
por un bache económico, como pasan todos los países del mundo en algún momento,
y hubo gente que acogió el mensaje de este asesino como una suerte de revelación
y creyó que si seguía los cantos de sirena llevarían el país a mejor puerto. El
asesino llegó al poder, y aunque 70% del país no asistió a las elecciones, fue elegido
por los pocos que si lo hicieron.
El comienzo del
fin. Así comenzó todo. El “carismático Mesías” se burlaba de todo. Rompía los
protocolos siempre y se convirtió en una suerte de “ShowMan” que cantaba,
bailaba, y hacía payasadas en televisión. La gente reía. Le consideraban “auténtico”.
El asesino se autodenominaba “del pueblo”, y aquellos que se sentían pueblo (o
pobres) sentían que finalmente “uno de los suyos” estaba en el coroto, por lo
que creyeron que el nuevo Dios si respondería sus plegarias. Así obra el diablo
justamente… Por eso quizá aquello de “no adores falsos dioses ni sigas a falsos
profetas”…
Poco a poco, el
nuevo Mesías, comenzó a regalar cosas a “su pueblo”, y el pueblo, ciego,
aplaudía feliz. Regalaban comida, y la gente aplaudía, sin darse cuenta que el
asesino estaba quebrando a los productores nacionales. El asesino trajo médicos
de Cuba para “atender al pueblo”, y mientras el “pueblo” mas lo aplaudía, menos
cuenta se daban que realmente se estaba desmontando el sistema hospitalario, y
que el dinero que debería tener el sistema de salud, se desviaba a una isla
para alimentar al comunismo.
Se aplaudió
cuando el asesino dijo que regalaría casas a todos, sin darse cuenta que por detrás
el mismo asesino acababa con las empresas de cemento, metalúrgicas, y
cualquiera que produjese algo… en pocos años, ya nadie podía comprar comida,
porque no había quien produjese nada. Ya nadie podía construir su propia casa,
porque no había materiales. La gente comenzó a morir de las enfermedades más
simples, como en los años 1600, porque no había medicinas. Por primera vez en
la historia, el país que salvó a empresas como Blackberry por su alto nivel de
compras y que fue conocido como Venezuela Saudita por sus riquezas, vio a miles
de personas buscando comida en la basura y vio morir a sus hijos en el suelo de
un hospital por falta de medicinas, de camas y de médicos… pero el asesino y su
círculo eran ahora INMENSAMENTE RICOS. Los actos de los asesinos en el poder
eran cada vez más costosos, mas exuberantes, mas despiadados. Y poco a poco, el
país se hipotecó, se regaló, se vendió a otros países a los que de pronto, se
les debía hasta el petróleo que no se había aún extraído.
Cuando el asesino
se enfermaba, era atendido en los mejores hospitales clínicos del mundo. Lo
mismo sus “amigos”. Cuando viajaban, lo hacían en lujosos jets privados. Cuando
se quedaban en algún hotel, era siempre en los más lujosos y costosos del
mundo. Vivir en el lujo extremo sin limites era lo normal para el asesino y su círculo,
mientras los que le aplaudían esperanzados en un mejor mañana, vieron como poco
a poco ya no podían tener casa. No podían ni mantener en la que ya estaban. Mientras
el asesino tenía colecciones de vehículos blindados, la gente tuvo que empezar a
caminar, pues ya no podían ni pagar el precio de un pasaje de bus, y así, el que
manejaba el bus, también perdió su trabajo, al igual que aquel que quedó
desempleado porque la empresa donde trabajaba quebró… poco a poco, el país se
convirtió en un gran cementerio, y aquello de tomar guisky y hacer fiestas de
quinceaños se acabó. La gente comenzó a sobrevivir con lo que podía, y muchos,
no pudieron, y murieron ante la mirada de sus seres amados que nada podían
hacer ya.
Luego, millones
se fueron del país. Otros millones se quedaron atrapados sin poder salir y
secuestrados por el clan de asesinos herederos del primero, que gracias a Dios
había muerto. Pero los herederos fueron dignos de su maestro, y lo que aquel
había comenzado, lo siguieron y hasta lo mejoraron. Ahora, los muertos, ya no
iban al cementerio, porque no podían pagarlo, y ahora, eran enterrados en
bolsas plásticas en los patios de sus propias casas, y obtener un pasaporte era
tan costoso que nadie podía. El país ahora era una increíblemente grande campo
de concentración en el que se condenaba a muerte a todos.
Cuando el
candidato normal apareció, no lo hizo con una gran campaña, ni con grandes
caravanas. No había cubierto al país con afiches y canciones en minitecas
ambulantes. No tenía una tarima inmensa con equipos y luces dignas de un
concierto de Rolling Stones. No. Simplemente se paró sobre una acera frente a
un grupo de gente que le escuchaba. El era simplemente un ciudadano más, como
ellos.
Ya la gente que
seguía a los asesinos eran pocos. Muy pocos. El nuevo candidato le aseguraba a
la gente que le escuchaba que no podía dejarse paralizar por el miedo infundido
de que los asesinos eran fuertes. No lo eran. Pero la gente no le creía. Tenían
20 años creyendo que el poder era inagotable y que los asesinos eran
invencibles. Esa idea se había implantado demasiado profundo en la mente de la
gente, y ahora, era difícil sacarla.
El candidato
explicaba que recuperar la dignidad del pueblo pasaba por entender que el
bienestar de todos no radicaba en regalar casas a la gente, sino en activar una
sociedad productiva donde el trabajador pudiese tener capacidad de construir o
comprar la casa que este dentro de sus posibilidades. Pero la gente quería que
les regalaran cosas.
El candidato
explicaba que la recuperación del daño tomaría tiempo, pero que, si no
comenzaban desde ya, cada vez esa recuperación tardaría más. La gente le miraba
extrañada. Todos querían que se arreglara TODO de un día para otro.
Aunque el
candidato explicaba que el problema de la comida era grave, la solución no era
subsidiar más, sino producir en el país hasta que dicha producción cubriera las
necesidades de la población. Explicó que estabilizar la economía debía pasar
primero por sanear un sistema social que estaba corrupto, en el que no solo los
políticos robaban, sino que todo el mundo buscaba obtener el mayor beneficio de
cualquier cosa de manera injusta. No solo eran los políticos. Tras más de 20
años, la corrupción y la sinverguenzura habían permeado toda la sociedad. Ponía
el ejemplo del empleado que se va temprano, o del que “echaba carro en el
trabajo”. Aseguraba que eso de ser “vivo criollo” no era más que un cáncer para
nuestro propio entorno… Y entonces la gente que le escuchaba comenzó a mirar al
candidato con mala cara. Se sentían aludidos. No querían aceptar aquello.
El candidato
hablaba con normalidad. Sin exaltarse. Aseguraba que Venezuela no era el mejor país
del mundo. Y decía que no lo era porque, aunque tenía bellezas y riquezas naturales,
eso de nada servía si se administraban mal y se desperdiciaban. Pero la gente
comenzó a murmurar ante esa aseveración. Los que le escuchaban decían en voz
baja que eso era absurdo. Que Venezuela tenía a las mujeres más bellas, las
reservas de petróleo más grandes, de gas, de oro, las mejores playas, los tepuyes,
los paramos merideños, el Ávila, Los Roques, Canaima, la gente mas “culta y
preparada del mundo”, etc… Pero el candidato les dijo que Venezuela también
tenía la tasa de violencia más alta del mundo, la peor inflación, la mayor
cantidad de muertos per capita, las peores cárceles, un gobierno narco
terrorista, la peor escasez de insumos básicos del occidente del planeta, los índices
de corrupción más altos… y así, aseguró el candidato que no se podía decir que
era el mejor país del mundo si todo eso sucedía por culpa de la sociedad que
permite llegar a eso. Aseguraba que si Venezuela fuese el país de gente más
preparada y culta, el asesino y su clan de muerte jamás hubiesen podido llegar
al poder, y mucho menos mantenerse por tanto tiempo.
Entre los que
escuchaban y susurraban cosas, uno levantó la voz para preguntarle al candidato
“¿Y entonces que hacemos?”. El candidato le miró y le contestó: “Primero,
debemos entender que hay que cambiar la actitud de todos”. Y entonces fue
cuando otro le gritó diciendo que los que pasaban hambre eran “ellos y no él”.
De inmediato el grupo de personas comenzó a levantar la voz y a apoyar la idea
del último. Comenzaron a decir que ellos eran el pueblo, y que el gobierno les
debía dar cosas porque eso era “su responsabilidad”. El candidato explicó que
la responsabilidad de un gobierno es administrar los bienes de la nación para
que las cosas funcionen, se mantengan y brinden bienestar al pueblo. Explicó
que la función de un gobierno es mantener vialidades en buen estado, hospitales
que funcionen, una economía que incentive a aumentar la producción en todos los
ámbitos, un estado de derecho en el que las leyes se cumplan por igual para
todos, escuelas dignas, y que cada día que pase, las inversiones del gobierno
sean inversiones que se devuelvan en bienestar, y no que esas inversiones sean “gastos”.
Aseguraba que la función de un gobierno no es vender pollo ni sembrar papas.
Para eso están los productores de pollo y de papa, pero nadie lo escuchó. Todos
gritaban ahora que el candidato era un ladrón y un oligarca. Que quería el voto
para poder robar. Todos pedían casas gratis, comida gratis, medicinas gratis,
sueldos sin trabajar… de pronto, uno de los que le escuchaba le lanzó una
piedra, y cuando la gente se empezó a alterar con intención de lincharlo se comenzó a escuchar un ruido que iba
creciendo. Cuando todos voltearon la mirada a la otra acera, vieron venir a
otro candidato, vestido de rojo, gordito, en una caravana con música y afiches,
lanzando desde un camión sanduches a la gente que le seguía. La gente del
candidato normal salió corriendo tras el camión para agarrar su sanduich, y en
apenas unos segundos reían y bailaban junto al grupo famélico que aplaudía y
vitoreaba al gordito vestido de rojo sobre un camión.…
El candidato
normal se quedó solo. Sentado en la acera vió como todo el mundo seguía al que lanzaba
sanduches. No le pareció raro que aquello pasara. El candidato rojo ofrecía
arreglar todo cuando llegara al poder, como lo habían hecho los otros rojos
durante 20 años, y la gente gritaba a coro “asi es que se gobierna” mientras
buscaban alcanzar otro sanduche, sin darse cuenta que en unas horas mas, cuando
tuviesen hambre de nuevo, ya no habrían mas sanduichs para apaciguar la tripa… El
candidato normal, que hizo una campaña de conciencia, hablando con la verdad, se
dio cuenta con pesar de que su teoría era correcta: la verdad no es lo que la
gente quiere…
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