martes, 9 de octubre de 2018

EL DISCURSO DEL CANDIDATO POR EL QUE NADIE VOTÓ


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Por allá, en un año de esos electorales, hubo un candidato que no era como los demás. Era uno de esos que uno llama “un tipo ahí”. Un tipo cualquiera. No era ni eso que llamamos “carismático”, ni cómico, ni hablaba gritando y exaltado. No. Era un tipo normal, como la mayoría de la gente del mundo.

Este tipo, candidato a algo, había decidido comenzar su campaña. Pero lo hizo en un país con una historia muy dura.

Venezuela había pasado más de 20 años atrapada en un hueco miserable que cada vez se hacía más y más grande.

Se había comenzado siendo un país que no sabía lo que tenía, y que vivía en el sopor del desconocimiento de la realidad. Aquello de tomar guisky en todo momento era algo muy normal cuando todo empezó. Era normal que en cualquier casa se tuviesen varios carros. Era lo común que el que se casara tuviese su casa, porque hasta un dicho había: EL QUE SE CASA, CASA QUIERE. Las playas se desbordaban de gente en vacaciones y en navidad las tiendas y licorerías quedaban extasiadas de tantas ventas. Nadie pensaba que aquello era fragil.

Pero un día llegó un hombre. Este hombre había cargado bala por bala el fusil automático con el que apuntó y disparó ráfagas mortales contra otros venezolanos. Era un asesino de primera clase. De sangre fría y con las manchas de sangre sobre su uniforme aun frescas, apareció en televisión diciendo que era un nuevo Mesías. Aseguraba que debía salvar al país de la desgracia en la que estaba.

El país pasaba por un bache económico, como pasan todos los países del mundo en algún momento, y hubo gente que acogió el mensaje de este asesino como una suerte de revelación y creyó que si seguía los cantos de sirena llevarían el país a mejor puerto. El asesino llegó al poder, y aunque 70% del país no asistió a las elecciones, fue elegido por los pocos que si lo hicieron.

El comienzo del fin. Así comenzó todo. El “carismático Mesías” se burlaba de todo. Rompía los protocolos siempre y se convirtió en una suerte de “ShowMan” que cantaba, bailaba, y hacía payasadas en televisión. La gente reía. Le consideraban “auténtico”. El asesino se autodenominaba “del pueblo”, y aquellos que se sentían pueblo (o pobres) sentían que finalmente “uno de los suyos” estaba en el coroto, por lo que creyeron que el nuevo Dios si respondería sus plegarias. Así obra el diablo justamente… Por eso quizá aquello de “no adores falsos dioses ni sigas a falsos profetas”…

Poco a poco, el nuevo Mesías, comenzó a regalar cosas a “su pueblo”, y el pueblo, ciego, aplaudía feliz. Regalaban comida, y la gente aplaudía, sin darse cuenta que el asesino estaba quebrando a los productores nacionales. El asesino trajo médicos de Cuba para “atender al pueblo”, y mientras el “pueblo” mas lo aplaudía, menos cuenta se daban que realmente se estaba desmontando el sistema hospitalario, y que el dinero que debería tener el sistema de salud, se desviaba a una isla para alimentar al comunismo.

Se aplaudió cuando el asesino dijo que regalaría casas a todos, sin darse cuenta que por detrás el mismo asesino acababa con las empresas de cemento, metalúrgicas, y cualquiera que produjese algo… en pocos años, ya nadie podía comprar comida, porque no había quien produjese nada. Ya nadie podía construir su propia casa, porque no había materiales. La gente comenzó a morir de las enfermedades más simples, como en los años 1600, porque no había medicinas. Por primera vez en la historia, el país que salvó a empresas como Blackberry por su alto nivel de compras y que fue conocido como Venezuela Saudita por sus riquezas, vio a miles de personas buscando comida en la basura y vio morir a sus hijos en el suelo de un hospital por falta de medicinas, de camas y de médicos… pero el asesino y su círculo eran ahora INMENSAMENTE RICOS. Los actos de los asesinos en el poder eran cada vez más costosos, mas exuberantes, mas despiadados. Y poco a poco, el país se hipotecó, se regaló, se vendió a otros países a los que de pronto, se les debía hasta el petróleo que no se había aún extraído.

Cuando el asesino se enfermaba, era atendido en los mejores hospitales clínicos del mundo. Lo mismo sus “amigos”. Cuando viajaban, lo hacían en lujosos jets privados. Cuando se quedaban en algún hotel, era siempre en los más lujosos y costosos del mundo. Vivir en el lujo extremo sin limites era lo normal para el asesino y su círculo, mientras los que le aplaudían esperanzados en un mejor mañana, vieron como poco a poco ya no podían tener casa. No podían ni mantener en la que ya estaban. Mientras el asesino tenía colecciones de vehículos blindados, la gente tuvo que empezar a caminar, pues ya no podían ni pagar el precio de un pasaje de bus, y así, el que manejaba el bus, también perdió su trabajo, al igual que aquel que quedó desempleado porque la empresa donde trabajaba quebró… poco a poco, el país se convirtió en un gran cementerio, y aquello de tomar guisky y hacer fiestas de quinceaños se acabó. La gente comenzó a sobrevivir con lo que podía, y muchos, no pudieron, y murieron ante la mirada de sus seres amados que nada podían hacer ya.

Luego, millones se fueron del país. Otros millones se quedaron atrapados sin poder salir y secuestrados por el clan de asesinos herederos del primero, que gracias a Dios había muerto. Pero los herederos fueron dignos de su maestro, y lo que aquel había comenzado, lo siguieron y hasta lo mejoraron. Ahora, los muertos, ya no iban al cementerio, porque no podían pagarlo, y ahora, eran enterrados en bolsas plásticas en los patios de sus propias casas, y obtener un pasaporte era tan costoso que nadie podía. El país ahora era una increíblemente grande campo de concentración en el que se condenaba a muerte a todos.

Cuando el candidato normal apareció, no lo hizo con una gran campaña, ni con grandes caravanas. No había cubierto al país con afiches y canciones en minitecas ambulantes. No tenía una tarima inmensa con equipos y luces dignas de un concierto de Rolling Stones. No. Simplemente se paró sobre una acera frente a un grupo de gente que le escuchaba. El era simplemente un ciudadano más, como ellos.

Ya la gente que seguía a los asesinos eran pocos. Muy pocos. El nuevo candidato le aseguraba a la gente que le escuchaba que no podía dejarse paralizar por el miedo infundido de que los asesinos eran fuertes. No lo eran. Pero la gente no le creía. Tenían 20 años creyendo que el poder era inagotable y que los asesinos eran invencibles. Esa idea se había implantado demasiado profundo en la mente de la gente, y ahora, era difícil sacarla.

El candidato explicaba que recuperar la dignidad del pueblo pasaba por entender que el bienestar de todos no radicaba en regalar casas a la gente, sino en activar una sociedad productiva donde el trabajador pudiese tener capacidad de construir o comprar la casa que este dentro de sus posibilidades. Pero la gente quería que les regalaran cosas.

El candidato explicaba que la recuperación del daño tomaría tiempo, pero que, si no comenzaban desde ya, cada vez esa recuperación tardaría más. La gente le miraba extrañada. Todos querían que se arreglara TODO de un día para otro.

Aunque el candidato explicaba que el problema de la comida era grave, la solución no era subsidiar más, sino producir en el país hasta que dicha producción cubriera las necesidades de la población. Explicó que estabilizar la economía debía pasar primero por sanear un sistema social que estaba corrupto, en el que no solo los políticos robaban, sino que todo el mundo buscaba obtener el mayor beneficio de cualquier cosa de manera injusta. No solo eran los políticos. Tras más de 20 años, la corrupción y la sinverguenzura habían permeado toda la sociedad. Ponía el ejemplo del empleado que se va temprano, o del que “echaba carro en el trabajo”. Aseguraba que eso de ser “vivo criollo” no era más que un cáncer para nuestro propio entorno… Y entonces la gente que le escuchaba comenzó a mirar al candidato con mala cara. Se sentían aludidos. No querían aceptar aquello.

El candidato hablaba con normalidad. Sin exaltarse. Aseguraba que Venezuela no era el mejor país del mundo. Y decía que no lo era porque, aunque tenía bellezas y riquezas naturales, eso de nada servía si se administraban mal y se desperdiciaban. Pero la gente comenzó a murmurar ante esa aseveración. Los que le escuchaban decían en voz baja que eso era absurdo. Que Venezuela tenía a las mujeres más bellas, las reservas de petróleo más grandes, de gas, de oro, las mejores playas, los tepuyes, los paramos merideños, el Ávila, Los Roques, Canaima, la gente mas “culta y preparada del mundo”, etc… Pero el candidato les dijo que Venezuela también tenía la tasa de violencia más alta del mundo, la peor inflación, la mayor cantidad de muertos per capita, las peores cárceles, un gobierno narco terrorista, la peor escasez de insumos básicos del occidente del planeta, los índices de corrupción más altos… y así, aseguró el candidato que no se podía decir que era el mejor país del mundo si todo eso sucedía por culpa de la sociedad que permite llegar a eso. Aseguraba que si Venezuela fuese el país de gente más preparada y culta, el asesino y su clan de muerte jamás hubiesen podido llegar al poder, y mucho menos mantenerse por tanto tiempo.

Entre los que escuchaban y susurraban cosas, uno levantó la voz para preguntarle al candidato “¿Y entonces que hacemos?”. El candidato le miró y le contestó: “Primero, debemos entender que hay que cambiar la actitud de todos”. Y entonces fue cuando otro le gritó diciendo que los que pasaban hambre eran “ellos y no él”. De inmediato el grupo de personas comenzó a levantar la voz y a apoyar la idea del último. Comenzaron a decir que ellos eran el pueblo, y que el gobierno les debía dar cosas porque eso era “su responsabilidad”. El candidato explicó que la responsabilidad de un gobierno es administrar los bienes de la nación para que las cosas funcionen, se mantengan y brinden bienestar al pueblo. Explicó que la función de un gobierno es mantener vialidades en buen estado, hospitales que funcionen, una economía que incentive a aumentar la producción en todos los ámbitos, un estado de derecho en el que las leyes se cumplan por igual para todos, escuelas dignas, y que cada día que pase, las inversiones del gobierno sean inversiones que se devuelvan en bienestar, y no que esas inversiones sean “gastos”. Aseguraba que la función de un gobierno no es vender pollo ni sembrar papas. Para eso están los productores de pollo y de papa, pero nadie lo escuchó. Todos gritaban ahora que el candidato era un ladrón y un oligarca. Que quería el voto para poder robar. Todos pedían casas gratis, comida gratis, medicinas gratis, sueldos sin trabajar… de pronto, uno de los que le escuchaba le lanzó una piedra, y cuando la gente se empezó a alterar con intención de lincharlo  se comenzó a escuchar un ruido que iba creciendo. Cuando todos voltearon la mirada a la otra acera, vieron venir a otro candidato, vestido de rojo, gordito, en una caravana con música y afiches, lanzando desde un camión sanduches a la gente que le seguía. La gente del candidato normal salió corriendo tras el camión para agarrar su sanduich, y en apenas unos segundos reían y bailaban junto al grupo famélico que aplaudía y vitoreaba al gordito vestido de rojo sobre un camión.…

El candidato normal se quedó solo. Sentado en la acera vió como todo el mundo seguía al que lanzaba sanduches. No le pareció raro que aquello pasara. El candidato rojo ofrecía arreglar todo cuando llegara al poder, como lo habían hecho los otros rojos durante 20 años, y la gente gritaba a coro “asi es que se gobierna” mientras buscaban alcanzar otro sanduche, sin darse cuenta que en unas horas mas, cuando tuviesen hambre de nuevo, ya no habrían mas sanduichs para apaciguar la tripa… El candidato normal, que hizo una campaña de conciencia, hablando con la verdad, se dio cuenta con pesar de que su teoría era correcta: la verdad no es lo que la gente quiere…

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