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Mami… que hay de comer hoy???- preguntó inocentemente Ramoncito a su mamá aquella tarde al salir del colegio público en el que estudiaba.
Al calor de aquel abrasador sol de Junio que de pronto se intercalaba con una repentina e inesperada lluvia torrencial, Ramoncito y Carmen caminaban hacia la parada del autobús que les llevaría a casa.
En lo que antes de manera despectiva se llamaba “cerro” o “barrio”, y que ahora gracias a años de esfuerzo social llevado a cabo por el “Gobierno igualitario de Guarastrapo” (que así se llamaba el país donde ellos vivían) se denominaba “Colinas de” o “Caserío de” se reflejaba el orgullo de un país en el que las riquezas ahora si se distribuían de manera equitativa y las inversiones gubernamentales se veían reflejadas en obras públicas, vialidad, hospitales casi clínicas y demás flores que le corresponde al gobierno hacer y mantener.
-Hay Ramoncito! Vas a seguir con eso?, ya te dije que lo que tenemos es lomito Strogonnoff porque no tengo tiempo de ponerme a cocinar parrillas, Ni pastichos ni nada de eso!-
Ramoncito se molestó un poco al escuchar aquello, pues parecía que toda la semana estaba solo comiendo Lomito y Camarones con algo… es que su mamá no podía cocinar cosas muy elaboradas por que tenía que mantenerse al día con sus cursos de actualización de limpieza doméstica (pues era personal de limpieza en una escuela) y tenía que moverse muy bien para que le alcanzara para pagar el crédito que le había dado el banco para comprarse su Corsita. No es que le sobraba el dinero, pero no le iba mal con su sueldo mínimo, pues en Guarastrapo, gracias a la buena administración del dinero del estado, la inflación era casi nula y la calidad de vida de los habitantes era excelente gracias a los altos ingresos que generaba el petróleo de aquel país.
Hacía años que en “Colinas de los Sin Techo” había caído lo que llaman “un coñazo de agua” que le había tumbado la casa a Carmen, y Ramón su esposo había quedado inválido tratando de salvar el televisor blanco y negro que era lo único de valor que les quedaba y que se estaba llevando el río. La gente de los Bomberos los había situado en una cancha mientras les buscaban casa a ellos y a las otras 246 familias que habían quedado damnificadas. Pasarían más de 2 años viviendo en aquella cancha antes de que saliera aquel nefasto gobierno de antaño. Y cuando llegó el nuevo presidente, que era el que le había tratado de dar varios intentos fallidos de golpe al anterior la gente vio como una esperanza para Guarastrapo.
Apenas llegó el nuevo presidente, en un mes, las familias que estaban en esa cancha fueron ubicadas en unas casas especialmente levantadas para ellos y totalmente amobladas. A Ramón le dieron una pensión por discapacidad y a Carmen un trabajo en la escuela de su hijo para que no se separara de él. Entre los 2 llegaban a 2 sueldos mínimos, pero como la cesta básica de alimentos en Guarastrapo era de apenas 1 sueldo mínimo siempre les quedaba dinero extra para comprar ropa, carne de la buena, viajar y hasta ahorrar para comprarse un carrito con un crédito del banco, pues como esos créditos eran de gobierno pues eran de verdadero interés social y a Carmen le podían dar uno sin mayor complicación.
Carmen y Ramón estaban muy contentos al igual que todos en Guarastrapo, porque por fin el país estaba echando para adelante. Atrás habían quedado los desempleados, pues ahora el gobierno se había aliado con las empresas privadas y habían hecho crecer a las mismas de tal manera que nunca más hubo desabastecimiento y los puestos de trabajo estaban acorde con los habitantes del país.
Una cosa llevó a la otra, y los servicios públicos funcionaban a la perfección, los autobuses eran limpios y con aire, el metro ya llegaba de un estado a otro, los hospitales eran como una clínica y nunca faltaban ni médicos, ni camas ni medicinas, las escuelas eran de primera por que los licenciados en educación que salían de las universidades eran muy bien pagados, incentivados y reconocidos, así como los profesores universitarios y los profesionales en general eran personas muy respetadas, sin dejar por eso de valorar mucho a los oficiantes, como barberos, mecánicos, electricistas y obreros.
En Guarastrapo cualquiera podía aspirar a comprarse un carrito, o ir de vacaciones con la familia a la playa, o regalarse unas cositas entre ellos mismos en diciembre, o hacer un mercado más o menos sin tener que privarse de muchas otras cosas para compensar.
La prensa y las televisoras solo hablaban de los nuevos proyectos que se emprendían a diario, del despertar de miles de nuevas pequeñas empresas de gente emprendedora que eran impulsadas por planes de gobierno ideados para eso, de las mejoras que se hacían a las infraestructuras estadales, y cosas por el estilo, porque en Guarastrapo no había nada más que progreso.
Y había tanto progreso, que en los últimos 25 años no se había ido nunca la luz ni el agua, y la leche en las escuelas y hospitales, gracias a una muy fuerte inversión que había hecho el gobierno en materia agropecuaria y que había incrementado la producción lechera en más de 1200%, era gratis. La carne que se producía era tanta y tan buena que se exportaban más de 3500 contenedores mensuales destinados a redes de alimentación socialista de otros países. Ni hablar del pollo o del azúcar, que en Guarastrapo abundaban los criadores de pollo hasta en los patios de las cantinas de las salas de prevención y redención (que así se conocía a las cárceles en Guarastrapo) en las que los jueces y jurados hacían a diario una revisión de cada caso para administrar la justicia de la manera más justa posible.
Y fue así como Carmen y su hijo Ramoncito tomaron su autobús hasta casa discutiendo si pedían una extensión al plan Premium Gold pro II del sistema de televisión por satélite que tenían en casa para poder ver los juegos del mundial mejor y de que le regalarían a Ramón para el día del Padre, mientras el resto de Guarastrapo seguía con sus vidas de una manera feliz por fin, después de salir de aquel terrible gobierno pasado que solo había instigado rencores sociales y había dejado al país hecho ñoña después de llenarse los bolsillos con los dineros del pueblo que solo padecía y padecía… pero eso era cosa del pasado… ahora ya no habían ni malandros ni 200 muertos cada fin de semana ni nada de eso. Carmen se alegró de poder vivir en un país en el que de verdad se podía vivir dignamente y en el que su hijo podía formarse con la seguridad de tener un buen futuro por el que podía luchar sin miedo a ser castigado por eso. Guarastrapo no sabía lo que era comida perdida en un puerto sin que nadie aparentemente tuviera la culpa, o de presos por decir algo, o de apedrados por tener una casa bonita, o de odio por tener un carro bonito o apoyar a uno u otro, o de confiscaciones fantasmas disfrazadas de expropiaciones, o planes de salud de mentira, o de alimentación que no existía, o de sueldos 70% por debajo del costo mínimo de la cesta básica, o de muertos por montón todos los días… nada de eso existía en Guarastrapo… que suerte verdad!!!
-Mami… ojalá todos vivieran aquí en Guarastrapo…- Ojalá mi amor- respondió dulcemente Carmen a su hijito- Ojalá…-
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