domingo, 23 de mayo de 2021

EL CANTO DE LA CIGARRA



Debo comenzar este relato con una disculpa. Me disculpo por pretender ser un escritor cuando en realidad no soy mas que un pobre campesino de un país de tercer mundo en el que un dia fui feliz… recuerdos atesorados en mis mas recurrentes memorias me traen momentos congelados en fotografias de una vida que hoy contemplo como si fuese la de otra persona. Un ser tan distinto al yo de hoy que casi no lo reconozco.

Yo crecí entre el monte. Entre animales que corrían por una montaña repleta de arbustos de café y cientos de otras frutas. Mi abuela, vivía apenas a unos metros de mi casa. Mi tía Hilda, un poco mas que a unos cientos de metros, también vivía en aquella montaña que llamábamos “La Finca”.

Mi hermana y yo tocábamos violín y Cello desde los 6 o 7 años. Nuestra casa, de artistas, estaba llena de historias del renacimiento, de sonatas y olor a esmaltes cerámicos quemándose en el horno del estudio de artes de mis padres.

La vida nos enseña muchas cosas con el pasar del tiempo. No pretendo engañar a la amable persona que decida gastar parte de su valioso tiempo leyendo estas mediocres líneas campesinas, así que no insistiré en que he aprendido hermosas cosas o gratas lecciones. No. Por años, he aprendido que la gente miente, que la injusticia está más presente de lo que nos gustaría o de lo que merecemos, que el talento y el bien no siempre son recompensados, porque como decían los cerdos de Orwell, aunque todos somos iguales hay algunos más iguales que otros. Yo nunca he pertenecido al grupo de los más iguales, sino al de los iguales de verdad, esos que nadie nota, porque es igual que miles, millones…. Y aun así, aprendí a sobrevivir, siempre luchando contra aquello que pensé que “no debía ser”, lo injusto, lo malo, lo gris… y aunque algunas batallas las he ganado, debo aceptar que son muchas más las que he perdido, y al final, parece que no hay diferencia entre hacer el bien y dejar que el mal siga su curso… al final, solo soy uno contra un universo… como podría pensar que yo podría cambiar lo que el mundo es?… me avergüenzo de mi soberbia, y por ello también me disculpo… hoy entiendo que no soy más que polvo de estrellas, como todos y como nadie.

Una de esas fotografías que me llegan a veces me ha transportado a aquella casa de la montaña donde una vez fui feliz. Esa de las que les hablé al principio. En ella, conocía cada pedazo de tierra, sus olores, sus colores… de sus plantas comí la fruta que me hizo fuerte. De sus barrancos aprendí a bajar y subir incluso en las mas difíciles situaciones… de sus ríos disfrute las aguas y sufrí también las sequías con dolor en el alma al pensar que mis amados ríos habían desaparecido… veo a mi primo y hermano mayor Henito… veo a mi tía Hilda siempre riendo de lo que yo inventaba… veo a mi abuela siempre cocinando algo para todos… sus caras son brumas… son borrosas… claro, ya ellas no están, y el tiempo intenta hacerme olvidarlas… detrás de ellas, un rosado árbol de cují dulce muestra sus hermosas flores rosadas y blanco como pompones suaves, como un algodón de fantasía que baila al son de la brisa suave…

Apenas hoy me doy cuenta que mi abuela y mi tia nunca hicieron nada más que amarnos… me siento muy triste de no haberles devuelto ese amor por no entenderlo… hoy el inclemente tiempo me castiga mostrandome sus sonrisas amorosas cada vez que me veían, recordandome que no somos más que polvo de estrellas, y aunque nuestras existencias son nada en el universo, hay un grano de polvo de estrellas para el que somos muy especiales y que nos aman incondicionalmente solo porque han decidido amarnos… mi castigo será siempre recordarlas sin poder decirles cuánto las amo… sin poder decirles que hoy entiendo todo…

Aquellos árboles de Cují dulce se llenaban en algún momento del año de unos hermosos insectos con un caparazoncito de muchos colores y de ojos rojos. Los llamábamos “cachitos”. A muchos compañeros de escuela les gustaba hacerlos pelear, o al menos eso decían ellos. La verdad es que solo los ponían uno contra otro y los pobres insectos hacían una suerte de sonido de defensa que ellos aplaudían como si aquello fuese un golpe de boxeo, hasta que por fin los dejaban en paz ya contentos con la pelea. Yo nunca los hice pelear. No me gusta el sufrimiento de nada ni de nadie. Al contrario, siempre trato de hacer que quien me rodea se sienta feliz… pienso que así le doy un respiro de la angustia diaria y de la incertidumbre que yo mismo siento… pienso que todos la sentimos, así que trato de ayudar haciéndolos reír… quizá no sienten lo mismo que yo, la ansiedad, la depresión, el miedo… pero si así fuera, trato de sacarlos de eso al menos por un momento... yo en cambio, cada vez me hundo inexplicablemente mas…

He aprendido a convivir con esa oscuridad… no se por cuanto tiempo mas pueda seguir tomando un café con esos oscuros acosadores sin volverme loco, o volviendo a una cordura que no deseo… ya me cuesta distinguir entre la una y la otra… cada vez me convenzo más de que veo cosas que no ven los demás… que escucho más allá de los acordes… que pienso más en las historia detrás de cada objeto que en los objetos en si, y que me conmuevo cada día más con cosas simples que nadie puede apreciar pero que ami me tocan profundamente el alma… mi mente se pierde un poco más cada día… quizá estoy volviéndome un poco loco…. O estoy volviéndome cuerdo… tengo miedo de que mi mente este perdiéndose en un sitio al que no estoy invitado...

De entre la niebla de mis recuerdos, llega algo… un sonido… lejano, pero cercano y fuerte… que graciosas se hacen las metáforas algunas veces… creo que escribiré un libro de metáforas de mi vida… un sonido lejano, pero cercano... y fuerte... que descripción esta! Y aún así, acertada en los límites de mi mente caótica...
Con ese sonido cada árbol que rodea mi casa en aquella finca parece cantar… viajo al pasado en un segundo. Un árbol canta y los demás le responden… aunque hay miles de sonidos diferentes, todos son un mismo sonido… es un universo entero unido en un solo canto… “son la cigarras”, me dice amorosamente mi papá, el artista, mi ídolo, mi protector, mi maestro, mi guardaespaldas… -Y por que hacen ese ruido?- le pregunto - “después de años bajo tierra, han salido a cantar. Cantan sobre los árboles para cambiar su piel y ser más hermosas. Luego se amarán, y tras amar, dejarán sus huevos donde puedan para morir…”

Aquella historia me pareció tan triste, y al mismo tiempo hermosa, que aunque no podía entenderla, podía sentirla. Amar, para morir... Tendría otro sentido la vida más que eso?

Hoy, por un momento pude escuchar de nuevo ese canto sobre los árboles, el canto de miles de cigarras… de nuevo, a miles de millas de aquella casa de campo que me enseñó los tesoros más grandes y que ahora ya solo existe guardada en algunos fotogramas de mi memoria en un lugar especial que visito con indescriptible nostalgia de vez en cuando, el canto de los árboles que conversan y cantan canciones en un idioma tan antiguo como la creación misma llenó el aire y su canto llegó a mí… estas cigarras han tardado 17 años en hacer este canto que escuché hoy… pronto conocerán el amor, y su descendencia seguirá el camino que la vida les ha preparado… han pasado 17 años bajo tierra, ciegas, sin alas… cuando salen de la tierra por fin, es la primera vez que ven el mundo, por vez primera ven la luz, por vez primera volarán y conocerán la libertad… pero en unos pocos días morirán después de reproducirse… su canto, es el canto del nacimiento y al mismo tiempo un himno de muerte… dentro de 17 años, la nueva generación de cigarras que dejarán estas que hoy escucho darle voz a los árboles saldrá de nuevo al mundo a cantar, como lo hicieron esos amorosos padres que no conocieron jamás… tal vez el canto de las cigarras no es más que el llamado de los hijos a sus padres para que los busquen en esos últimos momentos de vida que les quedan… al igual que sus ancestros, cantarán para conocer el amor, y finalmente morir… cantarán por el amor y por la muerte, y su canto le dará voz a los árboles, que contarán historias entre sí, como testigos del tiempo de los hombres, que solo cuando están al final de su vida comprenden el valor de los verdaderos tesoros y al igual que las cigarras, por primera vez ven la luz y abren sus alas… Que honor haber escuchado ese canto hoy… me llevó a aquel fotograma en la casa de montaña donde fui feliz, donde un grande me abrazaba y yo no entendía que aquello era un tesoro que un día no tendría… hay días buenos y otros que no lo son tanto. Hoy, para mi, es un día de canto de cigarras, y no se si eso es bueno o es triste… lo que si se, es que tendrán que pasar 17 años más para volver a escuchar ese canto tan hermoso… ojalá pueda vivir para escucharlas cantar una vez más y que su canto de hoy sea un presagio que traiga a mi uno de los tesoros más grandes que tengo, para contarle como una vez escuché a estas cigarras anunciando su pronta llegada y escuchemos una vez más las canciones que los árboles cantan suavemente a quienes saben escuchar…

Jose Calabres

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