domingo, 12 de enero de 2025

¿Qué pasará ahora?

¿Qué pasará ahora?

El pasado 10 de enero, el narcodictador Nicolás Maduro juramentó ilegítimamente un nuevo mandato en Venezuela, avalado por un Consejo Nacional Electoral que lo declaró vencedor tras el proceso electoral más fraudulento en la historia democrática del continente.

Esta usurpación del poder tuvo lugar en un ambiente marcado por protestas nacionales y un amplio desconocimiento internacional.

La oposición, encabezada por María Corina Machado, ha agotado todos los recursos para intentar que la dictadura cese de manera pacífica o, al menos, con el menor costo posible en vidas humanas. Sin embargo, la situación exige una visión técnica más allá de esperanzas y emociones.

El 10 de enero era crucial porque marcaba constitucionalmente la transición del poder en Venezuela. A partir de esa fecha, Maduro no es solo ilegítimo, sino un usurpador. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿es realmente diferente esta vez? No olvidemos que en 2018 la comunidad internacional ya desconoció a Maduro, y aquí seguimos.

Pero supongamos que esta vez sí hay un cambio. No hablamos solo del coraje de líderes como MCM y EGU, que es incuestionable, sino de una realidad contundente: ellos solos no pueden derrotar a una dictadura terrorista, narcotraficante y armada. Se necesita mucho más. No basta con protestar un día; es necesaria una movilización masiva y sostenida.

Los venezolanos, profundamente democráticos por naturaleza, hemos confiado por siglos en las elecciones como herramienta de cambio. Pero ¿qué pasa cuando nos arrebatan esa posibilidad? ¿Qué sucede cuando las elecciones no son respetadas? La respuesta es clara: se necesita apoyo internacional. Pero, ¿quién está dispuesto a actuar?

Muchos confían en Estados Unidos, como si Superman, Batman y la Mujer Maravilla existieran y estuvieran dispuestos a salvarnos. La realidad es que, en el panorama internacional, los países priorizan sus propios intereses. Para EE. UU., los beneficios derivados del petróleo barato parecen ser suficientes para mantener la inacción.

Sin embargo, también es cierto que el narcorégimen ha inundado la región de criminales, drogas y migrantes, afectando la estabilidad de varios países.

Tras más de 25 años de dictadura, la máscara de democracia ha caído por completo. Hoy, el mundo reconoce a Maduro como un usurpador. Pero, ¿qué implica esto?

Primero, es crucial entender cómo se mantiene esta dictadura: a través del apoyo internacional. Países como Irán, Corea del Norte y otros aliados compran petróleo, oro y minerales; algunos facilitan el contrabando y otros simplemente miran hacia otro lado. Incluso gobiernos que juegan a la dualidad, como España o Estados Unidos, mantienen relaciones que, directa o indirectamente, favorecen al régimen.

Sin embargo, esos respaldos han mermado considerablemente. La juramentación de Maduro, lejos de ser un evento multitudinario, ocurrió en un ambiente deslucido, con pocos asistentes. La chequera del régimen parece estar agotándose.

Entonces, volvamos a la pregunta inicial: ¿qué pasará ahora?

El régimen caerá. No porque EE. UU. o Erik Prince vayan a salvarnos, sino porque las señales de su declive son evidentes.

Un síntoma claro es el aumento de la represión. Esto responde al miedo del régimen a que el descontento mayoritario se traduzca en una fuerza unificada. Otro indicador es la creciente cantidad de militares presos, evidencia de un malestar interno en las Fuerzas Armadas. Además, la llegada masiva de mercenarios extranjeros –de Rusia, Cuba, Nicaragua y Corea del Norte– refleja la desconfianza del régimen en su propio ejército.

Como decía Maquiavelo en El Príncipe, un gobernante no puede mantenerse en el poder a fuerza de mercenarios, ya que estos carecen de lealtad y abandonan a su patrón ante la primera oportunidad.

El rechazo del pueblo hacia la dictadura es innegable y crece cada día. Aunque el régimen intenta contrarrestarlo, cada vez falla de forma más evidente. Su situación es crítica.

Hoy podemos afirmar con certeza que:

  1. El régimen está debilitado.
  2. El descontento en las Fuerzas Armadas es palpable.
  3. La presión internacional es más fuerte que nunca, aunque limitada a declaraciones y comunicados.

No debemos depositar nuestras esperanzas en EE. UU. Ni Trump ni Biden fueron ni serán salvadores de Venezuela. La solución está en nuestras manos.

El descontento social se cristalizará en un evento que marcará el derrocamiento de la dictadura. En ese momento, la dirigencia será clave. María Corina Machado y otros líderes opositores están llamados a liderar esta transición, pero el verdadero poder reside en los millones de venezolanos que deben movilizarse.

Las Fuerzas Armadas deben alzarse contra la tiranía, porque el pueblo, sin armas, no puede enfrentar tanques y fusiles. Si las FFAA dignas se levantan, el pueblo las respaldará, y juntos lograremos la libertad que tanto anhelamos.

No podemos esperar invasiones ni confiar en oraciones o pancartas para vencer a un régimen narcotraficante y asesino. Es necesario igualar las condiciones.

Hoy, el régimen es ilegítimo, está débil y acorralado. Cualquier acción en su contra será vista como un acto de restauración democrática. No sabemos cuándo ocurrirá, pero podemos afirmar que sucederá.

¡Fuerza, Venezuela!


Jose Calabres

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